La nostalgia hecha magia

Un Palacio de Carlos V a rebosar asistió anoche a un encuentro que hizo historia

Un pletórico Miguel Ríos junto a la OCG ofreció un recital al que asistió el consejero de Cultura

Pons y Ríos firmaron una velada para la historia del Festival por la inclusión del rock and roll. / Reportaje: Carlos Gil
Alba Rodríguez

08 de julio 2017 - 08:17

Anoche el Palacio de Carlos V asistió como invitado de excepción a la cita más intensa que se haya desarrollado entre sus columnas. Teniendo en cuenta que en cinco siglos este complejo de patio redondo ha sido testigo de millones de ellas -el espacio se presta especialmente-, el encuentro de anoche tuvo que ser un derroche de frenesí. Desde luego que lo fue.

El dúo que inflamó el Palacio estuvo compuesto por el mismísimo rock and roll y el excelso sinfonismo -siempre se ha dicho que las parejas opuestas son las más interesantes-, y hay que añadir que el nerviosismo lógico y la piel erizada de los primeros contactos se disimularon a la perfección.

La pareja que inflamó el Palacio estuvo compuesta por el rock and roll y el sinfonismo

A las 22:30 horas comenzó el concierto que cristalizó el rock de un viejo conocido de los riffs y la magia sinfónica de la primera música. Si bien no es la primera colaboración de ambos genios, sí es la primera que se desarrolla en el marco del Festival de Granada. Miguel Ríos y el gran director de orquesta Josep Pons a cargo de la Orquesta Ciudad de Granada unieron anoche sus disciplinas en un espectáculo que dio mucho de sí. Tanto, que no desasistió a ninguno de los dos géneros.

A falta de quince minutos para que diera comienzo está cita pública las inmediaciones del Palacio estaba a rebosar. Granada nunca se pierde una cita con Miguel Ríos y menos si viene acompañado de la soberbia Orquesta de la ciudad y del que fuera su batuta durante una década. Tal fue la magnitud de excelencia que incluso se pudo ver al alcalde, Paco Cuenca, y al nuevo consejero de Cultura de la Junta, Miguel Ángel Vázquez. Desde luego, de la velada bien pudo escribirse una crónica y de sociedad. El patio del Palacio llenó cada una de sus butacas, y los que las ocuparon fueron testigos de un espectáculo pionero en el recinto: un concierto de rock and roll.

Como preludio al idilio que tuvo lugar en la segunda parte con la fusión entre las canciones de Ríos y la música de la OCG, llegó el gran Ludwig van Beethoven, el compositor que no necesita presentación y un amigo íntimo del rockero granadino.

Con la interpretación de la Séptima del de Bonn, la Orquesta de la ciudad y la batuta ágil del catalán sembraron la semilla de lo que acabó desarrollándose como una auténtica fiesta del ritmo, sin géneros ni etiquetas y con grandes mayúsculas. La unión sin complejos de dos formas de música, teóricos y estadistas de los tempos aparte.

Esta sinfonía fue escrita en un momento en el que la creación latía a borbotones dentro de la mente del sordo con más oído de la historia, en un momento de plenitud del que nacieron otras piezas sublimes como el Concierto para piano El Emperador, la sonata Los Adioses o la Música de escena para Egmont.

El momento más clásico de la velada dio comienzo con una introducción parada, lenta e insinuante: el movimiento llamado Poco sostenuto, uno de los más largos que Beethoven había compuesto hasta el momento, desde luego una delicia en manos de la OCG capitaneada sensiblemente por su ahora director honorífico.

El Allegretto en la menor fue el siguiente el aparecer en este recital que duró algo más de media hora. Quizá el más popular y laureado de esta sinfonía que invitó al público a removerse en sus asientos queriendo bailar algunos compases -la música está para eso-. Ese ritmo sirvió de catalizador armónico que más adelante se encumbró con un fortíssimo tocado por la cuerda y los instrumentos de metal. La fiesta que sobrevino comenzaba a saborearse.

El tercer movimiento, Presto en fa mayor, que en realidad es un Scherzo, dio paso al final del recital, el Allegro con brío, que recordó a todos los asistentes cuánto se le debe armónica y rítmicamente a la llamada música culta. El aplauso, enérgico y tan largo que duró tres salidas y entradas

Con unas leves notas de la orquesta , rozando tintes heroicos y fílmicos, a las que luego se sumaron las de la banda de Ríos, entró el rockero jugando con las luces y sin esperar a la ovación. El ritmo llegó, pese a la dudas que pudieran tenerse, esta simbiosis no dejó oídos insatisfechos. Un despliegue de buen gusto en el que el rock consiguió el efecto que le dicta su configuración genética: dar el chispazo de energía a los cuerpos de los asistentes.

Con un repertorio que repasó los años dorados del granadino, desde su primera gran época -tiene más de una como corresponde a los buenos rockeros- de la que recogió los temas Memorias de la carretera la gran autobiografía canalla, el archiconocido Bienvenidos y El río, canción con la que todo empezó allá por el año 1968.

La banda de Ríos formada por José Nortes guitarras, Luis Prado teclados, Javier Saiz bajo, Daniel Griffin batería fueron tan protagonistas como la OCG, que se adaptó a la perfección al nuevo cariz que tomó el concierto.

Con Bienvenidos el público ya se esforzaba por mantenerse sentado. Tímidos brazos se lanzaban al aire con cada "Bien-ve-ni-dos". Tras esta primera canción, Miguel Ríos volvió a confesar que "ni harto vino" hubiera imaginado poder cantar en la Alhambra para luego aprovechar y pedir al público que dejaran salir su pulmón de rockero: "Aprovechen para cantar en el Carlos V". Desde luego no podían negarse, y con la llegada de El Río, mil gargantas se unieron al juego maestro que tuvo lugar anoche.

La garra del artista, la espectacularidad del sonido y la perfecta mezcla acústica fueron el corazón de un concierto que hizo una panorámica de los éxitos más populares de Ríos como El rock de una noche de verano, Sueño espacial o Antinuclear. Sin olvidar otra de las especialidades del maestro Ríos: las baladas como Santa Lucía o la preciosa No estás sola.

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