A pequeña escala

Federico Vaz

01 de junio 2008 - 05:00

Deja esta ópera prima del joven director Sefy Teoman -tiene sólo treinta años- una agradable sensación de placidez sin que en ningún momento logre arrebatarnos. Su sencillez es su virtud y también en ella residen sus limitaciones, pero si se le otorga la debida paciencia, si uno se adapta a los ritmos, entra en el juego y hace suyos los anhelos de la familia protagonista, entonces ganan las satisfacciones. Este Libro de vacaciones sabe a verano, a Mediterráneo, a ciudad de provincias, a dolor, frustraciones y pérdidas, pero son todas ellas sensaciones que ni amargan ni empalagan. Cuenta la historia de ese verano que cambia nuestra vida pero que, cuando ha pasado de largo, la mayor parte de las cosas permanecen inalteradas y las decisiones se aplazan un año. Tiene el ritmo de una vida que marcha a cámara lenta y sin sobresaltos.

Teoman dibuja un retrato de familia y por eso va variando su foco de atención hacia cada uno de los miembros de ese grupo: el pequeño Ali, humillado por sus compañeros de clase y con el mundo adulto llamando a las puertas, su hermano que quiere cambiar la carrera militar por la vida universitaria y el pueblo por la gran ciudad, las estrecheces económicas, las sospechas de la madre sobre las infidelidades del autoritario padre, el ataque que deja a éste incapacitado y la irrupción del tío Hasan para hacerse cargo de la familia y emprender una investigación sobre el dinero supuestamente desaparecido de su hermano. Son fragmentos de vida narrados con honestidad y sabiduría, con cierto exceso de parsimonia y enmarcados en paisajes no siempre hermosos, a veces tan normales y anodinos como las vidas que por ellos se mueven, y que sabe retratar con un naturalismo casi de Dogma, casi siempre con luz natural y con larguísimas tomas, la cámara del español Valls Colomer, responsable en gran parte de la belleza formal de la película.

Este Libro de vacaciones te arropa con calidez, pero a los impacientes generará también cierto sopor. Su sencillez -engañosa porque esconde una puesta en escena por momentos muy elaborada-, la ausencia de música incidental o las panorámicas en las que personajes y paisajes compiten en protagonismo lo convierten en un plato a degustar con calma, sin esperar grandes sorpresas pero con la garantía de que no deja mal sabor de boca.

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