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De la buena salud de la narrativa de Philip K. Dick darían cuenta algunas novedades editoriales recientes: la editorial Anagrama ha recuperado un ensayo imprescindible sobre su vida y obra, sus milagros y majaderías: Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos de Emmanuel Carrère, en tanto el sello Minotauro ha puesto en circulación otros dos títulos suyos: Podemos fabricarle, una novela harto recomendable, y Electric Dreams, que recoge los diez relatos adaptados para la serie homónima de Channel 4 y Sony Pictures Television. Las adaptaciones a la pantalla son también prueba del interés que sigue despertando el universo cáustico de Dick y si bien es cierto que pocas películas le han hecho justicia, no lo es menos que las mejores de ellas son poderosas invitaciones a la lectura. En fin –para qué ir más lejos–, el joven que fui no habría leído ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? si Blade Runner no le hubiera dejado con los ojos como platos. Hoy, en cambio, no necesito otro estímulo que el nombre de Philip K. Dick. Quiero leerlo todo de él. Voy a leerlo todo de él.
Los relatos reunidos en Electric Dreams pertenecen a sus primeros años como escritor: 1953-1955. El entramado ontológico es ya implacable. Dick se pregunta qué hace humano al ser humano y, en consecuencia, quiénes son humanos entre los que se llaman así. ¿Lo es usted? ¿Lo soy yo? Para el escritor, la empatía -esa capacidad de ponernos en la piel del otro, sea del color que sea, y sentir lo que siente, y sufrir si sufre, y reír si ríe-, la empatía, repito, permitiría verificar cuánta es nuestra humanidad o inhumanidad. (Si sometiéramos a algunos líderes políticos de furibunda actualidad al test Voigt-Kampff nos llevaríamos alguna desagradable sorpresa). En El padre cosa, un niño de ocho años descubre que su progenitor ha sido suplantado por una entidad alienígena, una idea muy cultivada por la ciencia ficción de entonces; recuérdese la novela Los ladrones de cuerpos de Jack Finney. Aunque el remate del relato no sea redondo, el dilema planteado es muy sugerente: el niño percibe la monstruosidad íntima del adulto, ese hombre que se sienta frente a él a la hora de cenar; ese hombre calcado a su padre, que habla y se comporta como su padre, ese extraño.
En Dick, todo cuanto construye el hombre acaba por convertirse en una trampa para él. Sus visiones del futuro son fruto de fuerte descreimiento. El escritor responde con escepticismo a las promesas del american way of life, y acusa una notoria sordera ante las sirenas del consumismo. En el relato titulado Campaña publicitaria, un robot irrumpe en el hogar de los Morris para hacer una prueba de demostración del producto más revolucionario del mercado, el propio robot, un anaucad (Androide Autorregulado Completamente Automático, Doméstico). Los Morris no están interesados en su adquisición, pero el robot ha sido programado por el fabricante para no aceptar un no por respuesta; el anaucad se instala en la casa en espera de que los Morris entren en razones y se convenzan de que no pueden vivir sin él. Pues bien, cambien ustedes el robot intruso por cualquier oferta de telefonía móvil, y sus infinitas aplicaciones, y caerán en la cuenta de que la situación planteada por el relato es menos absurda de cuanto parecería a simple vista. Las grandes compañías de telefonía móvil están diseñando una sociedad de modo que sea absolutamente imposible o inaceptable desmarcarse. Los móviles son el anaucad de nuestros días.
En un universo presidido por una idea mayúscula de recelo, resulta admirable la plena confianza de Philip K. Dick en la ciencia ficción, un género arrumbado a los arrabales de la literatura, que todavía hoy hace torcer el gesto a los grandes chamanes del canon occidental. Para Dick, la ciencia ficción es una cantera proverbial de metáforas y símbolos; en los alienígenas o los androides descargamos miedos y afanes diversos; las invasiones extraterrestres no son sino alegorías de otros formas de agresión más inmediatas. En unas declaraciones recogidas por Anthony Peake, citadas por Julián Díez en el prólogo a la excelente edición de Gestarescala (Cátedra), Philip K. Dick reconocía: “Me gusta la ciencia ficción, me gusta leerla, me gusta escribirla. El escritor de ciencia ficción no solo ve posibilidades, sino posibilidades brutales. No solo es ‘qué pasaría sí’, sino ‘ay, Dios mío, qué pasaría si…’, con frenesí e histeria”. Y añade: “Los marcianos siempre están de camino”. Peor aún, la sombra de sus naves adensa las nubes y obstruye el paso a la luz del sol.
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