El poder y las epidemias
Ciencia abierta
La resistencia a las normas para prevenir epidemias es una constante histórica en todas las sociedades, sea la peste, la viruela o la gripe
Granada/Este Ciencia Abierta se publica en el momento en que nos vemos sometidos a las condiciones del estado de alarma decretado por el gobierno de la nación, en virtud de la aplicación del artículo 116 de la Constitución Española. En los días previos a la entrada en vigor de dicho estado de alarma y con posterioridad al mismo hemos oído, continuamente, que las medidas tomadas seguían las recomendaciones de los expertos, de los científicos, de los sanitarios, de la OMS (Organización Mundial de la Salud); en definitiva que seguíamos lo que la medicina dictaba que había que hacer.
En definitiva el poder político, al menos en nuestro país, seguía las recomendaciones de la Ciencia. En estas mismas semanas y, con seguridad que seguirán durante meses y años venideros, se multiplican las críticas sobre si las condiciones de trabajo de los sanitarios están siendo las adecuadas, sobre si hay medios en cantidad y calidad adecuados para frenar lo más pronto posible la pandemia provocada por el coronavirus SARS-CoV-2. La pandemia y sus consecuencias sociales y económicas, culturales en definitiva, marcarán nuestra historia. Ya la han marcado, de hecho.
En varios Ciencia Abierta hemos atacado a todas aquellas prácticas que pretenden arrogarse la calidad de ciencia siendo en realidad fraudes o meros efectos placebo. Al inicio de la pandemia del coronavirus también corrieron bulos, actuando como virus informativos en las redes sociales, que aconsejaban remedios falsos.
Aún hoy, siguen llegando noticias pretenciosas y manipuladas sobre el origen de la enfermedad, por qué apareció o qué se pretende con la epidemia. Y probablemente seguirán surgiendo, estando en el mundo que yo llamaría de la manipulación. Quizás, casi peor que el propio virus como agente biológico, la medicina como ciencia aplicada a la salud humana se enfrenta a un peor enemigo: el virus de la información manipulada o, de forma más atemperada, al virus del exceso de información.
Tenemos a mano multitud de páginas en la red que nos dicen e ilustran de cualquier cosa y (ab)usando de nuestra libertad ponemos en entredicho cualquier otra opinión que no compartamos o que no satisfaga nuestros deseos. Un virus mutante peligroso es el que se transforma en "yo hago lo que quiero" y no sigo ningún tipo de orden o mandato. Por desgracia variantes de ese virus los hemos visto: compras compulsivas, salidas a segunda residencia, huidas de la ciudad, resistencia a seguir las normas de inmovilidad. Y aún no sabemos cuándo acabara el estado de alarma.
Por suerte, esa resistencia a seguir las normas dictadas por el poder ante situaciones de riesgo sanitario es minoría, aunque siempre han estado presentes. Y la gran suerte del mundo contemporáneo es que la Ciencia, en 2020, sabe cómo atacar el problema. Y se le puede atacar desde el conocimiento científico y la investigación. El virus del SIDA tardó casi tres años en ser aislado desde que aparecieron los primeros casos de la enfermedad, era 1984. El coronavirus ha sido aislado en semanas y casi con certeza que tendremos una vacuna en un tiempo récord.
Desde finales del siglo XIX el mundo de la salud y la medicina humana vive bajo el paradigma del origen infeccioso de la enfermedad, establecido por Koch y Pasteur (hacia 1885). Y no fue fácil convencer a la propia academia médica del origen infeccioso de la enfermedad. Semmelweiss (1818-1865) murió sin ver reconocidos sus trabajos sobre las infecciones puerperales; Lister (1827-1912) retomó sus ideas de cirugía antiséptica, no sin gran esfuerzo. Recordemos que hasta fechas tan recientes como finales del XIX, no más de 140 años, el poder y la medicina de la época tenía por cierto que las enfermedades del ser humano tenían su origen en los 6 no naturales establecidos por Galeno de Pérgamo (médico griego, 129-c.201): el clima, el movimiento y el reposo, la dieta, el descanso, la evacuación y el sexo y las aflicciones del alma.
Los paradigmas del funcionamiento del cuerpo humano, la fisiología, sufrieron diversos cambios durante los siglos XVII y XVIII (circulación sanguínea de Harvey, electricidad animal de Galvani); pero en lo que respecta al origen de enfermedades contagiosas y que generaban epidemias, la situación no había avanzado mucho. La Medicina y el poder se encontraban casi en la misma situación que ante las temidas epidemias medievales. El origen era desconocido o se atribuía al clima (en forma de aire, miasmas corruptos) o las aflicciones del alma.
Un repaso a la historia de la pandemia más famosa de la humanidad, la peste del siglo XIV que eliminó a un tercio de los europeos, permite comprobar como ciertos comportamientos humanos no han cambiado. Por ejemplo, el poder se basaba en el conocimiento de la época para decidir qué hacer. Por desgracia ese conocimiento era escaso y erróneo y sus recomendaciones servían de poco. Se creía que la peste era debida a una aflicción del alma de la comunidad, es decir al pecado de sus habitantes, y por ello se organizaban procesiones de penitentes que se flagelaban las espaldas. Esta medida solo servía para que las pulgas tuvieran más fácil picar a todos los penitentes y propagar más la enfermedad.
Quienes podían, los más ricos, huían de las ciudades a lugares libres de la peste, aunque pocas zonas quedaban finalmente libres del contagio ("Huye pronto, huye lejos, vuelve tarde"; era un dicho común en la Florencia de 1348). Y si los ricos no se marchaban era porque temían que el vulgo asaltara sus propiedades o controlaran los órganos que regían las ciudades. Otra conducta común era desconfiar de ciertos grupos de personas, así los judíos eran expulsados por no creyentes o directamente se les quemaba como acto de purificación, y se expulsaba a las prostitutas por mala conducta, las mismas que semanas antes entraban en los palacios de los gobernantes.
No es necesario retroceder al medievo para reconocer conductas que culpan a los extranjeros. Algunos dirigentes políticos, presidentes de grandes países, las han pronunciado no hace mucho. Finalmente la realidad de los hechos parece que les han llevado a aceptar los consejos de la comunidad científica.
Una comunidad que en la actualidad sabe bastante más del origen de las enfermedades. Y tan solo apoyando a la investigación con los medios y la financiación adecuada podemos dar cada vez más y mejores consejos al poder. Otra cuestión es el uso que de esos consejos hagan quienes ostentan ese poder político.
Y otra cuestión es cuán rápido el poder olvide esta crisis y vuelva a pensar tan solo en el corto plazo, en las próximas elecciones y que en mi comunidad, autonomía, país, cortijo, barrio o escalera solo gobierno yo y que nadie me diga que hacer. Puede que haya llegado el momento de, al igual que el doctor Rieux protagonista de La peste, elegir entre la dura realidad o la abstracción en la que algunos viven.
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