El político y el no científico

Ciencia abierta

Las relaciones entre ciencia y política se pervierten al querer justificar objetivamente algunas decisiones políticas

Palacete de Méndez Núñez, posible sede de la Agencia Española de Supervisión de Inteligencia Artificial (AESIA)

En muchas ocasiones cuando se desea dar un criterio de imparcialidad u objetividad y sustentar alguna decisión con fuertes razones se acude a las denominadas razones de expertos y con base científica; ya saben, lo dice la Ciencia y ésta no engaña. Acudir al criterio de autoridad de la Ciencia es una estrategia muy común en el sector de la publicidad, lo hemos comentado alguna vez (La aspiración científica de la publicidad, Ciencia Abierta, 19 de febrero 2013) y lo seguimos contemplando en las etiquetas del famoso anís que proclama ser el mejor puesto que lo dice la Ciencia y ésta no engaña. Lo de Científicamente demostrado (Ciencia Abierta, 14 de septiembre 2021), puede ser un constructo mental peligrosamente ambiguo aunque siempre muy utilizado de forma interesada.

Ciertamente o en verdad, me permito la ironía, que la ciencia puede no engañar, pero la Ciencia (pongan la mayúscula o quítenla) es una actividad humana y los humanos engañamos con bastante asiduidad. La mentira, en sus diversas formas, también está presente en la actividad científica bien por la presión a la que están sometidos los científicos (Publicar o no existir, un dilema de la Ciencia, Ciencia Abierta, 8 de diciembre de 2015), en lo que podríamos denominar mentiras piadosas o pequeñas mentirijillas, hasta enormes fraudes donde se juega el prestigio de instituciones, millonarias inversiones y la arrogancia de grandes egos personales (¿Repetimos los resultados o dónde tan las líneas rojas?, Ciencia Abierta, 15 de marzo de 2016).

Puede se pregunten ustedes a razón de qué este repaso a las debilidades de la actividad humana ejercida por aquellos hombres y mujeres que se dedican a preguntarse por el mundo exterior y dar explicaciones de cómo funciona el mundo natural. Dado que la memoria humana es frágil, y en un día tan caluroso como puede ser un 18 de julio (fecha siempre interesante de recordar para los que se llaman Federico, Sinforosa, Bruno y otras onomásticas del día), no quiero perder ocasión de llamar la atención sobre todas aquellas actividades humanas que queriéndose camuflar bajo el paraguas, el aspecto o el nombre de ciencia lo que en realidad pretenden es manipular en función de intereses ocultos o claramente manifiestos.

Esas mentiras o medias verdades, camufladas bajo el nombre de la verdad científica, muestran caras diversas. Quizás la más reconocible y citada aquí en varias ocasiones es lo que denominamos pseudociencias, como la Astrología o la Homeopatía, y a la que hemos dedicado varios artículos (Ciencia Abierta sobre la astrología, 11 de marzo 2014; o sobre el fraude de la homeopatía, 12 de abril 2016). Estas 'festivas' actividades, que llenan múltiples páginas de muchas publicaciones y millones de páginas de internet terminan confundiéndose con el poder mágico de las piedras, el poder curativo de la lejía y las acusaciones de querer engañarnos con las vacunas para manipularnos y controlar nuestras mentes. Y en un 'totum revolutum' de pura demencia mental resulta que se termina afirmando que el cambio climático es una mentira que lo que quiere es cerrar nuestras industrias por lo que algún partido llama "las restricciones climáticas". ¿Hay mayor barbaridad?

Ya sabemos que mezclar política y ciencia puede ser una combinación peligrosa (por ejemplo, Stalin y la Genética, Ciencia Abierta, 15 de marzo de 2022) y muy lejana del purismo académico con que Max Weber (1864-1920) los caracterizó en su clásico ensayo de 1919. Por ello quisiera llamar la atención, o pueden ustedes pensar que más bien lo denuncio, sobre la tendencia continuada que los políticos actuales tienen a mentir basándose en ciertos criterios científicos, en concreto sobre el criterio de los datos o de los números.

Hacer malabarismos con 'números objetivos' es una praxis habitual entre nuestra clase política

Ya saben que si hay algo que a muchos de nuestros estudiantes les horroriza, pobres matemáticas, son eso de las cifras y los números; pero las cifras hablan por sí solas, suele decirse. Quizás sea por ello que un centro que debería vigilar su prestigio como centro de investigación, en ciencias sociales, está dilapidando cualquier credibilidad con sus continuos resultados sobre la tendencia al voto. ¿Está vendiéndose el CIS al político que lo nombró, está mintiendo a sabiendas en sus datos para con ello desvirtuar sus predicciones y vender una falsa realidad? ¿Es esa la tarea que tiene realmente encomendada una institución de investigación social? ¿Así damos prestigio a la investigación social? No me cabe duda que eso no es ciencia social, salvo que pensemos que las profecías que se cumplen por si mismas es la forma de hacer investigación social; aunque sin duda puede ser un claro ejemplo de política, pero dudo que sea política limpia.

Y terminemos con otro ejemplo de decisiones políticas que se basan en lo que los políticos llaman criterios científicamente objetivos. O más bien quieren llamarlo así para ocultar en realidad una decisión meramente política, sin más. Y no hay que dudar de su legitimidad. El político tiene que tomar decisiones únicas, en base a sus juicios de valor y sus intereses políticos y no hay más. Ocultarse tras un supuesto baremo o criterios de clasificación o de puntuación, es decir, que al final es que un candidato o candidata tenía más puntos; oiga es que los números son los que son. ¿Qué más objetivo? ¿Les suena eso de que a Granada no viene la Agencia de Inteligencia Artificial porque con total claridad otra ciudad tenía más puntos? Pues ni había baremo, ni había puntos ni nada de nada. Los números no mienten, claro. Los que mienten son los que se inventan los números. Otro ejemplo de no ciencia, tan solo pura política. Quizás tenga que releer a Weber, estoy algo confuso, Será el calor de julio.

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