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“Si la procesión Pública precede a la religiosa es porque va huyendo del bien”

Juan José Montijano Ruiz, investigador del Corpus de Granada

El mayor especialista en teatro frívolo de España sigue profundizando en las fiestas tradicionales granadinas en su último libro: ‘El Corpus de Granada’, que ve la luz publicado por Almuzara

“Si la procesión Pública precede a la religiosa es porque va huyendo del bien”
Belén Rico

03 de junio 2021 - 04:00

Granada/–Profesor y doctor en Filología Hispánica, su ámbito de investigación académica es el teatro frívolo español. Pero, su otra pasión, son las fiestas granadinas como la tarasca o El Corpus, al que dedica entre otros su último libro. ¿Cómo pasó de los recuerdos de la infancia a la investigación en estas celebraciones?

–Paso, sin lugar a dudas, por tradición familiar. Mis padres, desde pequeños, nos inculcaron a mi hermana y a mí el amor por nuestras tradiciones y, tras fallecer mi hermana y yo adoptar a mis sobrinos, continúo transmitiendo ese amor por lo nuestro, por nuestras raíces como una forma de perpetuarlas en el tiempo. De ahí a darme cuenta del vacío bibliográfico existente sólo hubo un paso, puesto que, al tratarse de literatura y cultura popular, parece ser un tema menospreciado en no pocas ocasiones por la investigación académica.

–¿Por qué había tan poca bibliografía al respecto?

–Hubo una serie de intelectuales granadinos como Garrido Atienda, Paula Valladar o Afán de Rivera que intentaron historiar las fiestas del Corpus y algunas de nuestras tradiciones pero quedándose en su época y con no pocas lagunas e incorrecciones al respecto. Yo he venido a recoger ese testigo, ampliarlo y llevarlo hasta el año pasado. Bien es cierto que, para los investigadores, hay temas más atractivos que otros. Desde mi punto de vista, Granada y sus tradiciones precisan de muchos más estudios de los que hay. No podemos olvidar nuestras raíces, hemos de dejar testimonio de las mismas, bien de forma oral o escrita, por no hablar de la perpetuación de su praxis.

–Aunque la Festividad del Corpus se introdujo en España en el XIV y en Granada con la Reconquista. ¿Cómo se instauró la celebración?

–Todo se lo debemos a la beata belga Julia de Cornillón, quien profesaba una gran devoción al Santísimo Sacramento y pasaba horas enteras hojeando los volúmenes de San Agustín, San Bernardo y otros padres de la Iglesia en su biblioteca. Cosa extraña, desde los quince o dieciséis años, veía constantemente una especie de luna dividida por una banda negra. Al principio, temía que se tratase de un artificio del demonio para distraerla del estudio, pero se convenció poco a poco de que la aparición tenía un significado sobrenatural que todavía no era capaz de comprender. Finalmente tuvo una visión en la que el Señor le explicó que la luna representaba el año litúrgico con todas las fiestas y que la banda negra significaba la falta de la fiesta del Santísimo Sacramento que debía completar el ciclo. Tras una serie de vicisitudes, la solemnidad quedó instituida a través de una bula el 11 de agosto de 1264. Bajo el papado de Clemente V, el Concilio de Viena confirmó aquella bula firmada por Urbano IV, aunque después del fallecimiento de éste, la celebración de la fiesta quedó limitada a algunas regiones de Francia, Alemania, Hungría y Norte de Italia. Posteriormente, Juan XXII en 1317, la restableció para todo el orbe cristiano. Desde entonces la fiesta se convirtió en día de precepto en Occidente.

–¿Este libro viene a cubrir el hueco de los estudios que tradicionalmente llegaban hasta finales del XIX hasta la actualidad?

–Así es, allá donde aquellos investigadores que he citado anteriormente dejaban sus estudios, yo he venido a recoger su testigo y ampliarlo hasta llegar a nuestros días, completándolo con muchísimos datos, anécdotas y curiosidades que, sin abrumar al lector, hacen de su lectura algo ameno y didáctico fácilmente para toda clase de público.

–¿Qué “avatares” provocaron cierto decaimiento a lo largo de los años?

–Por supuesto las diatribas entre Iglesia y Cabildo municipal, las distintas epidemias, guerras, crisis económicas o la ausencia crematística de las arcas municipales van a mermar o engrandecer, en función de la época, los distintos periodos de nuestra fiesta mayor. Una de ellas, por ejemplo, cuando se le concedió el privilegio a Santa María de la Alhambra para celebrar, dentro del recinto amurallado, su propia procesión del Corpus, hecho éste acrecentado porque también algunas hermandades de la ciudad demandaban para su parroquia su propia procesión del Corpus. Igualmente las distintas diatribas de etiqueta y protocolo entre Cabildo y municipal y Capilla Real, además de las distintas proscripciones a que fueron sometidas las comedias y autos sacramentales representados en los carros a lo largo de la estación procesional, acabando incluso por suprimirse, hicieron que la festividad decayese en exceso hasta el punto de no nombrarse comisarios que coadyuvasen a su praxis.

–¿Cómo ha evolucionado en este último siglo?

–Creo que ha evolucionado muy poco, y me refiero a la ausencia de espectacularidad y etiqueta con que se llevaba a cabo décadas atrás. Aquellos toldos que rodeaban todo el recorrido, los tapices y decenas de altares que se disponían en el trayecto de la procesión, aquel hermosísimo gesto de jovencitas de la Vega quienes esparcían por la mañana la juncia, romeros y mastranzo por las calles granadinas, la presencia inigualable y siempre esperada por los granadinos del ejército... Falta sensibilidad al respecto. Creo que el cabildo catedralicio, con el enorme, rico y vasto caudal que atesora, debería ser el que diera un primer paso para potenciar tamaña festividad. No olvidemos que Cristo Sacramentado pasea por las calles de Granada y ello debe notarse. ¿Por qué no se adornan con tapices, cornucopias, mantones y demás las calles por las que va a pasar? ¿No sería hermoso que cada hermandad levantase un altar? ¿Por qué no somos capaces de llegar a un acuerdo y unificar criterios, acercar posturas y otorgarle la solemnidad que se merece al paso de Nuestro Señor por Granada?

–En su libro, que ve la luz en Almuzara, se compagina la vertiente profana con la religiosa. ¿No se puede explicar la una sin la otra y viceversa?

–Desde luego que no. La dicotomía de Bien frente al Mal, de la Muerte frente a la Vida, siempre está presente en la celebración. Y digo celebración porque se acerca más al aspecto religioso que inunda Granada estos días. Unido a ello, la fiesta se enreda tanto en su propia idiosincrasia que no podría existir la una sin la otra. Sin Tarasca (dragón) no hay Tarasquilla (maniquí) que lo pueda vencer. Sin Pública no hay Corpus. Todo se resumen en una pieza religiosa que adoctrina sin que nos demos cuenta. Cualquier detalle, por mínimo que sea, posee su explicación. Si está, es por algo. Si la procesión pública precede a la religiosa es porque va huyendo del bien. Si los cabezudos continúan dándonos vejigazos es para librarnos de nuestros pecados.

–¿Cuál es esa “idiosincrasia particular y única” que hace al Corpus granadino diferente a otras localidades como Sevilla o Toledo?

–Sin lugar a dudas, todos los elementos que lo circundan. Desde su gente, el olor de la ciudad, la esperanza y la alegría que inunda a toda la chiquillería cuando el miércoles de Corpus se cortan las clases para asistir, entre atemorizados y embelesados al desfile de la Tarasca hasta el recogimiento y solemnidad del jueves de Corpus. Por supuesto no podemos ni debemos olvidar su rica gastronomía, esa pintura plástica en que se convierte la ciudad sesenta días tras el Domingo de Resurrección. Olvidamos nuestras penas. Nuestras rivalidades las dejamos apartadas y convivimos. Nuestro Corpus es un Corpus inclusivo. Por encima de razas, creencias e ideologías, foráneos y oriundos nos unimos en un “totum revolutum” que nos conmina a que “sea tan grande la alegría y el contentamiento que nos divirtamos como locos”. Y nosotros, fieles y obedientes al hipotético dictado de nuestra católica Isabel, así lo seguimos manteniendo año tras año, generación tras generación. Granada en esta época es, como decía Alejandro Dumas, “la ciudad elegida por Dios para morar, una vez se canse de los altares celestiales” y es lo que nos diferencia de otras ciudades españoles.

–¿Por qué se decidió hacerlo coincidir con la semana de la Feria granadina y no ocurrió así en otras localidades?

–Porque la feria de Granada hunde sus raíces en la feria de ganado donde los tratantes compraban y vendían animales. Desde ahí, con los primeros tenderetes donde se resguardaban, antecedentes de las casetas, Granada dio un impulso a una forma de celebración que, mezclada con el fervor popular y la fiesta pagana, dieron lugar al Corpus granadino.

–El Ferial granadino se movió del Paseo del Salón a Almajáyar, ¿cree que es su destino definitivo?

–Quisiera creer que sí. Granada precisa de un feria que esté a la altura de la ciudad. Por ello, el de Almanjáyar tiene que “pasar por quirófano”, puesto que necesita arreglos múltiples: saneamiento de las instalaciones eléctricas y de aguas, asfaltado, reposición de los azulejos de cada calle... Almanjáyar es un espacio muy poco aprovechado. Precisamos darle más vida al barrio, a su gente, que lo merecen, y eso pasaría por celebrar distintos eventos en el recinto. Tratándose como se tratase de una zona amplia y fácil para aparcar, cabe la posibilidad de “reinventarla”, ya que la Vega está demasiado maltratada como para llevar allí el ferial. Dejémosla estar. Además, la Federación de Casetas Particulares precisa de mucha ayuda. Son el auténtico alma y léit-mótiv de nuestra fiesta. Bajada de los impuestos a quienes quieran montar su caseta potenciaría un Corpus lleno de vida. Recuerdo años en los que en el ferial había más de 150 casetas. Menos de cien hace dos años. Y me da mucha pena. Adoro la vida casetera. Adoro a los caseteros. Ellos han de ser el espejo y alma del recinto ferial. Ayudémosles.

–Se habla menos de las tradiciones culinarias, ¿han desaparecido ya casi las barretas?

–En mi libro vengo precisamente a recoger un aspecto muy escasamente tratado: el de la gastronomía de feria. Desde la clásica merendica de los toros, a las barracas de barretas duras y blandas, aquellos inolvidables cartuchos de quisquillas, cocos de Portugal o frutas exótica de la costa tropical. Un mundo que he reflejado. Son productos que no han desaparecido, afortunadamente, ya que sí lo han hecho inolvidables comercios que las vendías.

–¿De dónde viene la tradición de estrenar ropa el Jueves de Corpus?

–Durante el siglo XVI, las Tarascas que se procesionaban en Madrid reflejaban el figurín de moda traído por los visitantes foráneos, especialmente ingleses y franceses. Para potenciar la moda de los mismos en los comercios, se acicalaba a las tarasquillas con aquellos ropajes que, posteriormente, serían copiados por los grandes señores. De ahí, al trasvase a otras localidades, sólo hubo un paso.

–¿Qué otras tradiciones o curiosidades menos conocidas señala en el libro?

–Hablo, por ejemplo, de los columpios que visitaron nuestros dos reales (el del Salón y el de Almanjáyar), de la madera se pasó a la lona y el hierro en un cambio espectacular. También realizo una breve historiografía de las barracas de feria (de baratijas, comida, juegos y diversiones...) o los espectáculos parateatrales que como el circo o los teatros ambulantes de variedades, apostaban sus armazones en nuestra feria. Personajes populares o prolegómenos, como el cartel, los pregones, los programas y revistas, los folletos...

–¿Hacia dónde puede ir el Corpus en los próximos años o décadas?

–Creo que nuestro Corpus precisa de mandatarios sensibles que se impliquen y unifiquen criterios. Que se haga un sacrificio por devolverle el esplendor pasado. Que se sienten a hablar Cabildo y Ayuntamiento. Precisamos, por tanto, no mirarnos e el espejo de nadie. Poseemos mucha historia que hay que rescatar, salvaguardar y restaurar. ¡Cuántos elementos como el Viático, los seis o los toldos habría que rescatar y poner en alza! Sólo así reintegraremos el esplendor y la gloria pasada a nuestra semana grande. Unifiquemos, pactemos, hablemos. Es lo que yo pido a los que nos representan. Somos grandes porque nuestros antepasados nos han legado una herencia que debemos conservar.

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