Un pueblo llamado Apache
Reedición del libro 'Los apaches. Águilas del sudoeste'
La editorial Península ha recuperado un famoso ensayo del historiador Donald E. Worcester dedicado a una de las tribus indias más famosas del Oeste americano
Granada/En Fort Apache (1948), el teniente coronel Owen Thursday (Henry Fonda) es enviado a una fortificación en mitad del desierto de Arizona. El momento es harto delicado: varias bandas apaches al mando de Cochise (Miguel Inclán) han escapado de la reserva. Thursday no sabe absolutamente nada de este pueblo indio, pero lo desprecia con toda su alma; algo bastante común, pues el odio y la ignorancia suelen ir cogidos de la mano. En un primer desencuentro con el capitán Kirby York (John Wayne), Thursday tacha a los apaches de cobardes y comenta con desdén que los que ha podido ver durante el viaje no le parecieron tan feroces.
La réplica de York es memorable: "Si pudo verlos, no eran apaches". Al final de la película, cuando Thursday cree estar a punto de dar caza a Cochise, mientras observa el desierto con unos prismáticos, confiesa: "No consigo ver a nadie". York le advierte: "Pues están ahí, entre las rocas". Esta invisibilidad debe entenderse como una metáfora del desconocimiento del otro.
El historiador Donald E. Worcester se desvivió por dar visibilidad a esos seres invisibles. Worcester publicó en 1979 Los apaches. Águilas del sudoeste, un trabajo que estuvo ampliando en sucesivas ediciones hasta su fallecimiento, en 2003; el sello Península lo editó hace siete años y lo ha recuperado ahora en un nuevo formato; un volumen que yo aconsejaría vivamente al cinéfilo, que es legión. Estoy seguro de que al lector le sorprenderá saber que los primeros "rostros pálidos" en enfrentarse a los apaches fueron compatriotas nuestros, allá por el siglo XVII; según Worcester, "los apaches se toparon por primera vez con los españoles en 1599".
Lo que se conoció como Apachería (la zona de asentamiento apache) comprendía los estados de Sonora, Chihuahua y Coahuila al norte de México, y los actuales estados norteamericanos de Arizona, Nuevo México y Texas. De hecho, los nombres por los que se conocen las varias tribus que integraban la nación apache son de origen hispano: jicarillas, mescaleros, mimbreños, coyoteros, etc. Estos pueblos se llamaban a sí mismos Diné (gente); lo de apache probablemente sea la corrupción del término Apachú (enemigo), con que la comunidad zuñi de Nuevo México se refería a los navajos.
Hollywood se ha centrado lógicamente en la larga historia de enfrentamientos entre apaches y estadounidenses en su propio territorio; estos enfrentamientos son también el núcleo duro del trabajo de Worcester. "En un primer momento -nos dice el autor-, los apaches se mostraron deferentes y amistosos con los angloamericanos, pues consideraban que cualquiera que hubiera declarado la guerra a los mexicanos debía poseer virtudes". Este rencor tiene su razón de ser.
Resulta que en la primera mitad del siglo XIX, los gobiernos de Sonora y Chihuahua emprendieron una acción de exterminio sirviéndose de un sistema de recompensas brutal: entregarían 100 pesos por cada cabellera de apache adulto que les fuera entregada, 50 por la de una mujer y 25 por la de un niño. Este dinero fácil atrajo a alimañas de todo tipo, que no dudaron en asesinar a campesinos mexicanos o incautos de pelo moreno y liso para arrancarles la cabellera. ¿Quién podía decir si pertenecía a un apache o no? Los apaches decidieron pagar a los blancos con la misma moneda; el cine ha abordado en general este segundo momento del relato, no el primero.
El cine norteamericano fue esencialmente injusto con las tribus aborígenes al perpetuar esta imagen de bestia sanguinaria durante décadas. Tendríamos que esperar a los años 50 para encontrar un puñado de títulos que combatieron el tópico dominante. En Fort Apache, sin ir más lejos, John Ford ofreció una imagen sorprendentemente digna de Cochise y sus guerreros y denunció la acción del ejército y el gobierno a través de dos personajes: el teniente coronel Thursday y Meacham (Grant Whiters), el agente de la Oficina de Asuntos Indios que vende armas y alcohol a los apaches.
Otros cineastas tomaron el relevo y realizaron otras obras pro-indias en los años siguientes: Flecha rota (1950) de Delmer Daves, Raza de violencia (1954) de Douglas Sirk y Apache (1954) de Robert Aldrich, entre otros. Al margen de sus logros artísticos, estas películas partían de unas premisas tan bienintencionadas como equívocas; Hollywood confiaba en que el fulgor del star system ayudaría a llevar el mensaje al gran público y encomendó los papeles de bravos guerreros apaches a apuestos actores blancos debidamente bronceados: Jeff Chandler, Rock Hudson, Burt Lancaster… También erraban al construir un retrato idealizado del pueblo indio. Robert Aldrich rectificó su error en la escalofriante La venganza de Ulzana (1972), que abordaba la cuestión apache sin lenitivos ni componendas.
La conquista del Oeste: agresión y expolio
Donald E. Worcester tampoco se anda con paños calientes. La llamada conquista del Oeste, esa épica norteamericana, se cimentó en la agresión y el expolio, como toda conquista, como toda épica. Los episodios vergonzantes fueron continuos en uno y otro lado y, durante un tiempo, el crescendo sangriento fue imparable. E implacable.
Podríamos poner infinidad de ejemplos. Quedémonos con uno: Worcester hace un relato pormenorizado de la masacre de Camp Grant, ocurrida en abril de 1871; al mando de seis norteamericanos, una partida atacó un asentamiento apache, asesinando salvajemente a sus desprevenidos habitantes, mujeres y niños casi en su totalidad; luego mutilaron los cadáveres: "El número exacto de muertos se desconoce -explica Worcester-: se estima que entre 85 y 135; de los que pudieron reconocerse, solo ocho eran varones adultos".
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