La rebelión de los moriscos: una guerra de guerrillas en el Reino de Granada
Historiografía
La Universidad de Granada y Madoc han editado un volumen sobre el enfrentamiento armado con algunos de los problemas propios de las contiendas de la época
Granada/La rebelión de los moriscos en el Reino de Granada contra Felipe II, iniciada en la Navidad de 1568, constituyó un conflicto largo y sangriento de orígenes complejos. Además, la propia orografía facilitó que el enfrentamiento en las Alpujarras se convirtiera en una guerra de guerrillas que cronificó la contienda. Pero no es la única peculiaridad que explica la especificidad de un conflicto que se extendió también por otros territorios de Andalucía y que tuvo sus repercusiones políticas, sociales y culturales.
Algo tan complejo necesita una aproximación multidisciplinar y eso fue lo que se dispusieron a hacer los organizadores del congreso que se celebró en 2018 con motivo del 450 aniversario del levantamiento: Recordar la Guerra, Construir la Paz. El encuentro estaba organizado por la Universidad de Granada, la Mancomunidad de Municipios de la Alpujarra Granadina y el Centro de Estudios Históricos del Valle de Lecrín y Alpujarra, con la colaboración de numerosas entidades.
Esas investigaciones ven ahora la luz en forma de libro, La rebelión de los moriscos del Reino de Granada y la guerra en la época de los Austrias. Se trata de una obra que permitirá seguir avanzando en el estudio de un suceso histórico que todavía no cuenta con la gran monografía que ponga negro sobre blanco todo el episodio.
Hace unos días la Universidad de Granada y el MADOC (Mando de Adiestramiento y Doctrina), a través de su Centro Mixto, han publicado también con versión digital el volumen, en el que se aborda en profundidad los recursos, actores, campañas, escenarios y otras dimensiones de la guerra. "El congreso tuvo numerosas mesas y sesiones, entre las que se desarrolló una específica sobre la guerra en la Edad Moderna. En dicha sesión, y luego de un proceso de selección y evaluación, se presentaron distintas comunicaciones, cuyos textos, con las correcciones posteriores incorporadas, son los que recoge este volumen colectivo", explica Antonio Jiménez Estrella, profesor del departamento de Historia Moderna y de América de la Universidad de Granada y uno de los mayores expertos sobre el ejército en la Edad Moderna. Él es el coeditor junto a Javier Castillo Fernández, director del Archivo General de la Región de Murcia y experto en la rebelión y castigo de los moriscos del reino de Granada.
El libro se divide en tres bloques. El primero versa sobre los actores, recursos, campañas y escenarios de la guerra de rebelión. El segundo aborda otras dimensiones de la guerra de rebelión de los moriscos. La tercera y última parte gira sobre un amplio abanico de aspectos en torno a la guerra, la defensa y el ejército en los territorios de la Monarquía de los Austrias
En su introducción, los coordinadores refieren que "siempre se ha señalado la reacción a los decretos de la Junta de Teólogos de 1566 como la causa inmediata de la revuelta". Aquéllos textos, "publicados en forma de pragmáticas entre noviembre de 1566 y diciembre de 1567, anulaban por completo la cultura, los signos de identidad y tradiciones de origen musulmán de la comunidad neoconversa". Pero Jiménez y Castillo, explican que "las razones del levantamiento eran mucho más profundas": "Desde 1560 se había producido una escalada de ataques del corso turco-berberisco sobre las costas del reino, en un contexto de miedo al avance otomano en el Mediterráneo".
Además, "los moriscos soportaban un incremento de las confiscaciones de bienes por parte de la Inquisición, así como una enorme presión fiscal". En concreto, alrededor de 40.000 ducados anuales "que servían para financiar la defensa de la costa del reino y mantener en suspenso los decretos de aculturación de 1526, promulgados por Carlos V durante su visita a Granada". Los mismos que, precisamente, se iban a reactivar en 1566 "para borrar cualquier resto de identidad islámica entre los moriscos". Esta medida, detonante de la guerra, se adoptó en un contexto de tensión creciente y de ruptura del sistema de pactos que establecido con las élites colaboracionistas moriscas.
La guerra se desarrolló en varias fases. "La primera tuvo lugar en la comarca montañosa de la Alpujarra, poblada mayoritariamente por moriscos, que coronaron como rey a Hernando de Córdoba y Válor, con el sobrenombre de Aben Humeya, por considerarse miembro de una familia descendiente de la dinastía de los Omeyas".
Por otro lado, desde el principio se evidenciaron diferencias importantes en el seno del bando morisco. Los historiadores precisan que los sectores más violentos buscaban la ayuda y alianza con el imperio otomano. Y los más moderados, representados por los viejos linajes aristocráticos, que se ubicaban en el Albaicín y que "nunca secundaría abiertamente la revuelta".
Dado que las autoridades castellanas reaccionaron tarde, la revuelta pudo extenderse al marquesado del Cenete, el valle de Lecrín y las costas de Granada y Málaga. "Mientras que en la zona de Almería don Luis Fajardo capitaneaba una campaña especialmente violenta, dirigida a contener el avance de los rebelados hacia la capital almeriense, en la Alpujarra granadina, el marqués de Mondéjar, con un ejército compuesto en su mayor parte por milicias locales, intentaba conciliar medidas represivas contra los más radicales, con una política de negociación y pactos con los moderados", detallan Jiménez y Castillo.
A pesar de la intención, la campaña se alargó más de lo esperado, "por las características del terreno, propicio para escaramuzas y emboscadas" a lo que se sumó "la extrema violencia de las compañías de milicias".
La siguiente fase se inició en abril de 1569, "cuando, ante el estancamiento de las operaciones, se temió un importante apoyo militar del imperio otomano a los sublevados". No obstante, los autores señalan en el prólogo que se debe "minimizar la importancia real" que pudo tener la ayuda turca. "Así las cosas, Felipe II decidió nombrar a su hermanastro, don Juan de Austria, general en jefe del ejército real, al frente de un importante contingente de tropas del tercio, procedentes de Italia, cuyas fuerzas desembarcarían en las costas cercanas a Vélez Málaga".
A partir de ahí, tras el "asesinato de Aben Humeya por el sector más radical, cuando trataba de negociar una rendición ventajosa, y su sustitución por su primo Aben Aboo, recrudecieron aún más el conflicto". El fin de la guerra llegaría con su asesinato el 13 de marzo de 1571 a manos de sus correligionarios.
Los historiadores destacan que el conflicto de 1568-71 "reunió buena parte de los principios que caracterizaban las guerras del siglo XVI" como "las dificultades en la estrategia, la logística y la táctica militar de la época", así como "los procedimientos de reclutamiento de hombres para la guerra, los problemas en el mando y movilización de tropas milicianas y profesionales en distintos escenarios, el desarrollo de emboscadas y campañas a campo abierto" o "la participación de bandas de insurgentes".
Pero Jiménez señala que la rebelión de los moriscos es un fenómeno histórico complejo. "La de las Alpujarras fue una verdadera guerra civil y religiosa en pleno territorio peninsular".
Los historiadores también detallan que "durante la contienda se radicalizaron los odios acumulados hacia los cristianos viejos". Y del mismo modo, "se alentaron los viejos resentimientos de la población cristiano vieja contra los naturales granadinos, y las matanzas de cristianos viejos constituyeron la excusa perfecta para las masacres de moriscos, producidas desde los primeros compases de la revuelta".
Como conclusión, Jiménez y Castillo destacan la singularidad del conflicto desde el punto de vista de la historia militar: "La guerra puso sobre la mesa las carencias de las milicias concejiles y del ejército de la Monarquía para afrontar lo que fue una verdadera guerra de emboscadas y "guerrillas", si se nos permite el anacronismo".
Las consecuencias: despoblación, ruina y un mercado de esclavos
En el texto introductorio del libro, los historiadores señalan una consecuencia menos conocida que la despoblación y la ruina económica que comporta una guerra: el comercio de esclavos. Ante las dificultades para a los soldados y, tras un breve debate legal y teológico, a inicios de 1569 “se justificaba trocar la pena de muerte por la legalización de la esclavitud para todos los rebelados, a pesar de estar bautizados y ser vasallos del Rey Católico, con la excepción –teórica pero no de facto– de los niños menores de diez años y medio y las niñas menores de nueve años y medio”. “Este punto es fundamental, porque la medida permitió la creación de un gigantesco mercado esclavista con elevadas cotas de especulación, que en los años subsiguientes al conflicto implicaría a unas 30.000 personas, la mayoría mujeres y niños, que fueron vendidos fuera del reino”.
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