El sexagenario Sabina
El cantautor cumplió ayer 60 años con un nuevo disco en el horizonte y un bagaje de mil polémicas y un buen puñado de canciones para la historia de la música
"Pero sin prisa, que a las misas de réquiem, nunca fui aficionado, que el traje de madera que estrenaré, no está siquiera plantado". Con estos versos celebró Joaquín Sabina sus 50 años; ahora, que se hace sexagenario, es posible que el cura que tenga que darle la extremaunción no sea todavía monaguillo. Pero, pese a sus 60 años, no parece dar el tipo de abuelito que lleva a los nietos a pasear al parque los domingos por la mañana. Es normal en alguien que ha reconocido que no permitiría que sus hijas tuvieran un novio como él.
Aunque no publica canciones nuevas desde 2005, no para de escribir. "Cuando estoy trabajando puedo hasta olvidarme de que un ser querido se está muriendo", dijo en una ocasión. Su nuevo álbum saldrá en los próximos meses y, como tiene la costumbre de resucitar, es posible que vuelva a asombrar con algunas de las muescas que guarda en su revólver sin necesidad de ese tufillo de autocomplacencia que impregna su Alivio de luto o Diario de un peatón.
En estos años ha pasado del look de cantautor a lo Amancio Prada -con una barba que le confería un aspecto de profeta o de San Pedro- a los pantalones de cuero o de piel de tigre que lució en la gira de Nos sobran los motivos. "Hay que ser un poco mariquita", se justificaba por aquel entonces. Y de sus chalecos y sus pañuelos ha llegado al bombín y al chaqué de la gira con Serrat en Dos pájaros de un tiro.
A sus 50+10 ha abandonado definitivamente los bares y se rodea de sus amigos poetas como Luis García Montero o Benjamín Prado. Muy literario pero poco propicios para aumentar su cuenta de anécdotas de la más pura golfería.
Como cuando entró en un after hour madrileño lleno de "putas en toda regla y putas amateurs, chorizos, camellos y lumpen en general". Allí ligó con una 'señorita de las que fuman' bastante ajada, de unos cincuenta años. A la expedición a un hotel por horas se unió un amigo de ella, el enano del bombero torero. Pidieron champán. "Recuerdo que la puta me atacaba y no me defendía", reconoce el cantante en En carne viva. "Hubo un momento en el que me di cuenta de que habíamos alcanzado tal grado de descontrol y de desastre que me dije: 'Como te descuides, Joaquín, el enano te echa un polvo'. Con la excusa de ir a mear me largué de allí a la francesa". La anécdota, conocida en la jerga como una 'sabinada', es el reverso jocoso de su afición a 'las magdalenas' aunque ahora confiesa que ya no putea.
En cuanto a las mujeres, algunos fans ya empiezan a soñar con una maldad: que Sabina abandone a su actual novia, la peruana Jimena Coronado. Pero eso sí, sólo por cuestiones artísticas, no por su cuerpo famélico ni por esas uñas de los pies que tanto escándalo causaron en un reportaje para El País.
Lo cierto es que los mejores discos de Sabina, los más determinantes de su carrera, coinciden con rupturas sentimentales y nuevas cinturas por donde sale el sol más temprano, a la espera. Es el caso de Hotel, dulce hotel, de 1987, el año en que rompió con Lucía para iniciar una relación con Isabel Oliart, justo a la que dejó en 1992 para iniciar un romance con la maniquí Cristina Zubillaga, el mismo año en el que resurgió una vez más con Física y Química y el corte Y nos dieron las diez. Pero nada es eterno, y cuando las mentiras piadosas ya no eran un bálsamo abandonó en 1998 a la modelo para colgarse del brazo de la fotógrafa peruana Jimena Coronado. Casualmente, es el año de 19 días y 500 noches. "Lo nuestro duró...". Pero Sabina no sólo ha cambiado de compañías etílicas y se ha hecho ¡monógamo! Hasta ha cambiado su habitual barroquismo a la hora de decorar. Su piso de Lavapiés era, hasta ahora, una especie de ermita para los ateos, con las paredes repletas de vírgenes -de las que se compran en anticuarios-, con millares de libros, fotos... Y hasta un auténtico confesionario por el que pasaron más de una feligresa. Ahora se ha comprado el piso de arriba y lo ha decorado con grandes ventanales, de manera diáfana, sin la habitual sobrecarga decorativa de la que ya presumía Joaquín desde su famosa casa de Tabernillas, donde no tenía un duro pero recargaba las habitaciones con impensables dibujos y cachivaches.
Desde luego, el psicoanalista argentino de Todos menos tú tendría trabajo con el de Úbeda, donde tuvo lugar uno de los hechos que el citado médico pondría como una de las causas de su apostura, de su fijación por la huida. Parece que su madre pilló a su querido abuelo -quien lo inició en la lectura de Lorca y Machado- "mariconeando" con otro abuelo del lugar, El Pesetilla. Y su progenitora no perdía ocasión para repetir que "a los maricones habría que atarlos con una rueda de molino y tirarlos al río". Esto, unido al ambiente de un pueblo jienense de la década de los cincuenta puede explicar su continua búsqueda del paraíso terrenal, a sabiendas de que El Pocero hace años que construyó allí una urbanización.
Igual de extraña es su penúltima sabinada, cuando enarcó la ceja -luciendo anillazo en el dedo- junto a los 'comunistas de La Moraleja' Víctor Manuel y Ana Belén. Un "sans-culotte con joyas". El motivo era apoyar a Zapatero en las últimas elecciones. Y aunque siempre había prestado sus favores a IU y se había declaradomás de una vez "un anarquista que respeta los semáforos", lo cierto es que se lanzó de lleno a apoyar a Zetapé, algo que no acabó de cuadrar a sus seguidores. Pero es su lema: "Hice trampas al póker, defraudé a mis amigos...", como canta en Tan joven y tan viejo. Pero él se ríe con su nueva dentadura -que sustituyó a la de su propiedad-. Con todo, sigue paseando con orgullo su fe republicana. Uno de sus gatos se llama Elvis y la historia delata el carácter socarrón de Sabina. Un día, García Márquez preparaba su mejor traje. "Voy a ver al Rey", le dijo a su nieto. Y este contestó: "¿A Elvis?".
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