La sombra alargada de 'La vida breve'
Fue Francia quien primero reconoció el genio de Falla y estrenó su ópera que lo consagró como figura internacional

La vida breve, la primera partitura importante de Manuel de Falla y la que le abrió las puertas de su universalidad, tras su estreno triunfante en el Gran Casino de Niza, el 1 de abril de 1913, y en la Ópera Cómica de París, el 29 de diciembre del mismo año, ha sido una de las obras más representadas, en versión de concierto o escénica, en el Festival. La verdad es que esta partitura, con libreto de Carlos Fernández Shaw que fue premiada en 1905 por la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando no hubo manera de estrenarla en España -antes de su éxito en Francia-, como no podía ser de otra manera, teniendo en cuenta la tradicional reticencia nacional en admitir y facilitar el camino a sus hijos importantes. Decepcionado, Falla marchó a París en 1907, estancia que duró hasta 1914 que tuvo que regresar a España por la guerra europea. En realidad fue providencial esta etapa, porque no sólo pudo ganarse la vida como concertista o dando clases de piano, sino que pudo ponerse en contacto con lo más significativo de la música e intelectualidad francesa, en aquel momento, centro cultural de Europa y del mundo: Dukas, que le presentó al autoexiliado Albéniz -otro gran admirador de Granada-; Debussy, D'Indy, el generoso y extraordinario pianista español Ricardo Viñes que le presentó a Ravel. Todos ellos fueron valedores y descubridores del músico español, que sorprendía con la belleza y originalidad de sus obras pianísticas. Pero pese a esos apoyos la representación de La vida breve que llevaba bajo el brazo y que mostraba a todos se retrasó hasta ese año 1913.
Pero volvamos a La vida breve y su relación con Granada y el Festival, que justifica estas líneas, porque parece ocioso hacer, a estas alturas, una incursión analítica por obra tan conocida y popular en los auditorios, incluso los menos especializados. Su 'granadinismo' está en el lugar del desarrollo de la acción: una casa gitana del Albaicín, donde vive Salud, una joven que su amado la deja por otra de mejor posición. Pero también, a lo largo y ancho de sus dos actos y cuatro cuadros, late la imagen de una ciudad presentida, aunque todavía no la había visitado, como le ocurriera a Debussy. Ahí está el interludio musical del segundo cuadro (el anochecer en Granada) que es todo un mosaico genial de sensibilidad, instrumentación y colorido que admiraron a los primeros que la escucharon en Niza y, posteriormente, en París. Cautivaron, igualmente, las danzas del tercero y cuarto y el final. Y quedaron prendados del "ambiente" que se respiraba en la obra en la copla que canta el herrero (el forgerón, en la versión francesa) que se escucha al principio y final de la ópera: "¡Malheur aux femmes qui naissent/ sous une mauvaise étoile!/ ¡Malheur à qui nait enclume/ au lieu de maitre marteau!». Que, naturalmente, era la traducción de la popular copla española: "!Malhaya la hembra pobre,/ que 'nase' con negro sino!/ ¡Malhaya quien 'nase' yunque,/ en vez de 'naser' martillo!".
Decía que ha sido una de las obras más representadas en el Festival. Un Festival, como tantas veces he repetido, que de alguna forma, debe mantener el vínculo con el músico que eligió Granada para pasar en ella casi dos décadas de su existencia y desde la que proyectó ideas, creaciones -terminó El Retablo de Maese Pedro, escribió el Concerto para clave y cinco instrumentos, concibió los homenajes a Debussy y Dukas, inició el difícil camino de Atlántida, entre otras obras, en ese afán de concienzuda renovación permanente- y, sobre todo, contribuyó desde aquí a la proyección de una ciudad como referencia de culturas, encuentros, relaciones y viajes. Debíamos mucho al compositor que se concretó, primero -tras una campaña de prensa local y nacional que me tocó el honor de iniciar-, en convertir su hogar de la Antequeruela en un museo de recuerdos y de actividades, gracias al alcalde Manuel Sola; después, con un auditorio que llevase el nombre del gaditano, un archivo donde estudiar su obra y su época y, finalmente, una orquesta que diera sentido a todo un complejo musical, en la que otro alcalde, Antonio Jara, llevó a cabo la idea.
Naturalmente, Falla ha estado presente, como no podía ser de otra manera, en el Festival, desde su primera edición. Prácticamente toda su obra -orquestal, escénica, pianística, de canto o la única pieza original para guitarra, como Homenaje a la tombeaude Claude Debussy, que Andrés Segovia ofreció por vez primera las noches del 23 y 24 de junio de 1952-, la hemos escuchado durante estas seis décadas de música en la Alhambra y otros lugares de la ciudad. Y, lógicamente, La vida breve que es su primera aportación a la idea presentida de una ciudad, que todavía no había visitado, ha ocupado un lugar importante en sus programas. Esta ópera, como todos sabemos, es la que marca no sólo el arranque de un músico español contemporáneo -superados, por fortuna, sus primeros intentos zarzueleros- comprometido con su tiempo, sino la dignificación del teatro lírico en nuestro país. Se ha dicho, por ejemplo, que Falla partía de la síntesis wagneriana como ordenación orquestal, pero influenciado por el mundo impresionista que impone sus cánones en aquel momento. A todo ello aporta su concepción nacionalista en la utilización del folclore en lo medular, siguiendo las teorías de Pedrell y hasta las estéticas del grupo ruso de 'Los cinco'. El resultado, una ópera que, pese a su concepción 'andalucista' está alejada de los tópicos musicales de la zarzuela -aunque por libreto podría serlo- y, sobre todo, de la "españolada", habitual, tanto en los músicos nacionales como extranjeros, cuando se afrontaban temas españoles y andaluces desde comienzos del siglo XIX. Una ópera que, además, rubrica la fuerte personalidad del compositor y 'andalucista', con esa sinceridad que puso Falla en las referencias de las músicas populares. Pionera de su amor granadino, La vida breve no es ningún milagro, sino el resultado de la maduración de una idea y una estética.
Convendría no olvidar el juicio que mereció a los críticos franceses la obra en su estreno en la Ópera Cómica. Pierre Lalo, el gran crítico musical, escribe: "Es una de las cosas más agradables que, desde hace mucho tiempo, nos ha hecho oír la Ópera Cómica. La impresión de la tierra de España, el sentimiento del paisaje, del cielo, del día y de la hora rodean en todo momento a los personajes como en una atmósfera sutil". Una autoridad ilustre como Florencio Schmidt, escribió un largo artículo en La France, que, entras cosas decía: "Intensidad de colorido e intensidad en la sugestión del Misterio y del temor a la Muerte; y, junto a ellas, también, una expresión concisa y simple del sentimiento esencial. Esto, unido a un libro de factura moderna, produce la originalidad y la belleza de la obra: su gran novedad". "Es la verdadera España, que vive y vibra delante de nosotros", manifestaba Le Temps.
Ya digo que, representada, en versión de concierto, íntegra o fragmentada, La vida breve ha estado presente en muchas ediciones del Festival granadino. Recordaremos, por ejemplo, su primera representación escénica en el Palacio de Carlos V, con Victoria de los Ángeles, en el papel de Salud, la protagonista femenina. Toldrá dirigió a la Orquesta Nacional y a los Cantores de Madrid. Y la dirección escénica corrió a cargo de Luis Escobar, un nombre que ha sido clave en el teatro español. El personaje de Salud ha sido cantado, en representaciones escénicas o en versión de concierto, por las mejores voces españolas como Ángeles Gulín (1969), Enriqueta Tarrés (1976) o Montserrat Caballé (1984). Hoy, Mariola Cantarero tendrá el honor de inscribir su nombre en esta lista de intérpretes de la joven albaicinera de la partitura de Falla, junto a otras granadinas como Leticia Rodríguez y Estrella Morente. La Orquesta Nacional volverá -junto con su coro-, bajo la dirección de Josep Pons, a poner la música orquestal que sustenta esta singular obra de tanta belleza y emoción, como ese mencionado interludio que Falla vislumbra de una ciudad vista desde la emoción, como lo haría Debussy en sus imágenes que van más allá de lo convencional, para adentrarse en la verdad del espíritu y del sentimiento que forma parte del legado más auténtico del Falla de su primera época.
También te puede interesar
Lo último