Un sueño de verano interminable

Festival de Música y Danza de Granada 2021 | Análisis

Se han eludido las grandes concentraciones sinfónico-corales en beneficio de la música de cámara, destacados solistas y los timbres contemporáneos de Gorge Crumb basados en Lorca

Un sueño de verano interminable
Un sueño de verano interminable / Fermín Rodríguez/Festival
Juan José Ruiz Molinero

21 de abril 2021 - 18:37

Si no estuviésemos aún en plena pandemia y con una incierta movilidad, en las fechas que dura esta edición del Festival, tanto de público como de conjuntos y artistas, hubiésemos exigido más grandiosidad y más concentración en la excepcionalidad en el 70 cumpleaños de la más importante referencia cultural internacional de Granada. Por ejemplo, las grandes ofertas sinfónicas-corales se han eludido, seguramente por las limitaciones sanitarias que no se habrán superado en esas fechas. Aunque sí existe una robusta representación sinfónica –con programas conocidos- a través de orquestas de la solvencia conocida de la Philharmonia de Londres, la Orquesta de París, la Gürzenich Orchester de Colonia, la Joven Orquesta Nacional de España y su hermana mayor, la ONE, con repertorios atractivos, sin duda, que van desde Ravel, Bruch y su Concierto de violín Núm 1, -con la prestigiada violinista holandesa Janine Jasen- a Beethoven, Sibelius , Dvorak , con su Sinfonía del Nuevo Mundo –presente en Palacio en tantas ocasiones-, Grieg, con el Concierto en la menor que tiene como solista a Javier Perianes, Widmann…, para continuar, esta vez a través de la Orquesta Nacional, con un homenaje a Argenta, que fue alma de los primeros festivales, a través de lo más habitual de la obra de Falla, incluyendo Noches en los jardines de España, con Carlos Colom al piano. Programas gratos para el gran público dirigidos, principalmente -excepto los de la ONE-, por el director ‘residente’ en esta edición, el joven finlandés Klaus Mäkelä, pero que no aportan nada excepcional a esta efeméride. Un ciclo que abre el certamen la OCG y su Coro con un Concierto visual, concebido por el cineasta granadino José Sánchez Montes, sobre Noche transfigurada, de Arnold Shoenberg, y la popular Sueño de una noche de verano, de Mendelssohn, inspirada en la obra de Shakespeare.

La dificultad de las grandes convocatorias ha obligado a la dirección a incrementar, hasta límites difíciles de sintetizar, la música de cámara, empezando por los seis conciertos del ciclo Crumb-Lorca Projet, donde se ejecutarán las 12 obras que el compositor norteamericano creó sobre ideas y sugerencias lorquianas. La presencia de la obra de George Crumb da un sello de vanguardia, presente en otras ediciones, que no sólo nos permitirá acercarnos a estos aspectos concretos sobre ideas poéticas, sino recordarlo como creador de timbres nuevos y desconocidos, obtenidos de todas las formas posibles, desde manipular y envolver las cuerdas de un piano. Famoso es su cuarteto Black Angel, inspirado en la guerra del Vietnam, no programado aquí. Antibelicista y retador, el paso de algunas de sus pinceladas por el certamen -que se estudiará en los Cursos Manuel de Falla- es una apuesta interesante. Al ciclo en el Centro Lorca se suman obras de Juan Alfonso García, Sánchez Verdú, José Luis Valdivia, con su estreno de Bayish o Oliminada Pérez Frutos, con Poeta en Samall Paradise, el Lorca de Harlem, encargo del Festival.

Mirada a los inicios del Festival, con recuerdos a Antonio, Argenta, Falla y Segovia

Música de Cámara de todas las tendencias y épocas, con especial referencia a la antigüedad y al barroco. Destaquemos el Oficio de la Toma de Granada, que escribió, en 1493, Fray Hernando de Talavera, confesor de la Reina Isabel y primer arzobispo de Granada, que oiremos en la Catedral, o la misa de Cristóbal de Morales, con la que se recordará la memoria del fallecido director del Festival Diego Martínez. Y más actuales con el Cuartetos Quiroga el Cuarteto de Jerusalen, el Trío Arbós y el clarinetista de la OCG José Luis Estellés, interpretando el Cuarteto para el fin del tiempo, escrito en 1940 por Messiaen en un campo de concentración nazi, o el estreno de Música in tempo vivere –referencia al aislamiento por la pandemia- de Tomás Marco. No falta, por supuesto, la Academia de Música Barroca, del propio Festival.

Siguiendo esos soliloquios intimistas, una pléyade de recitales de pianistas de la talla de Christian Zacharias, Leonskaya, Arcadi Volodos, el reputado sir Andrés Schiff o el joven coreano Seong-Jin Cho, aparte del mencionado Perianes. El guitarrista Pablo Sainz-Villegas, en homenaje a Andrés Segovia, los barítonos Florian Boesch, Christian Gerhaber y Mathias Goerne, que abordarán los lieder de Schubert, o recitales de órgano en las iglesias y monasterios granadinos.

La danza y el flamenco

Las sesiones de danza la inicia el Ballet Flamenco de Andalucía homenajeando a Antonio, en su centenario y en recuerdo de la primera sesión en 1952, con Rosario, en la plaza de Los Aljibes, y lo cierra con la versión de El maleficio de la mariposa, según el poema de Lorca. La Compañía Nacional de Danza ofrece su versión de Giselle; Blanca Li vuelve con Solstice con el Teatro Nacional de Chatillot, mientras el Malandain Ballet de Biarritz, presenta La Pastorale que tuvo que ser suspendida el pasado año. Como ha ocurrido éste con Sueño de una noche de verano por el Ballet de Hamburgo. Los jóvenes del Conservatorio Profesional de Danza ‘Reina Sofía’ ofrecerán, también un repertorio bajo el epígrafe ‘Jóvenes en danza’.

Un flamenco voluminoso en cuanto a nombres y estilos preludia el acercamiento a la celebración del Concurso de Cante Jondo de 1922 que buscó, de la mano de Falla y Lorca, la pureza del cante, lejos de aburguesadas flamenquerías

Como decía, al ser tan extenso el certamen -más de un mes, con sesiones a veces dobles y hasta triples, hasta superar el centenar, incluido el FEX-, los grandes espacios –sinfonismo, ballet., etc.- no pueden rellenar tantas jornadas. El ‘relleno’, sin duda, es de calidad -grandes solistas, música de cámara variada, en épocas y estilos, etc.-, pero no todos con el atractivo de lo excepcional que es la seña de identidad del Festival. No podemos resumir, como en otras ocasiones, que ha sido el año Karajan, el de Mawrinsky, los de la Filarmónica de Berlín, de Leningrado o de la Concertgebouw; el año de Fonteyn-Nureyev y de tantos otros que son pura historia. Programar dos Festivales seguidos en plena pandemia, y además ampliando fechas -a veces innecesariamente-, convirtiendo la edición en un sueño de verano interminable, tiene sus riesgos, pese a la incuestionable calidad de intérpretes y conjuntos y la variedad de ofertas.

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