'Sueños en la niebla', una novela de memoria compartida
La nueva publicación de Juan Cañavate, que recorre la España del siglo XX, se presenta el día 29 en la Corrala de Santiago
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Granada/Alguien calificó a cierto escritor italiano como “profesor de literatura envenenado por la historia”. Dándole la vuelta a la frasecita, podríamos definir a Juan Cañavate como un profesor de historia envenenado por la literatura. Esto viene a cuento de que la nueva novela que ha urdido el historiador y arqueólogo Cañavate le ha exigido notables esfuerzos de sintetizar el período más convulso y complejo de la historia de España del siglo XX, el más esperanzado también y uno de los más brillantes de la cultura y la literatura española (la Edad de Plata). Con la dificultad añadida de sumar a esa trama muchos hilos imbricados en la propia historia familiar, Sueños en la niebla (Libros del Genal, Málaga, 2025) es un conmovedor relato y un respetuoso viaje por el territorio de la memoria histórica, esa que todavía algunos sectores de la sociedad de ahorita mismo se empeñan en ignorar, en trampear o, simplemente, en borrar: “el olvido es la esencia de España y recordar es casi un delito”, decía un personaje de la novela que publicó Cañavate en 2021, El jardín de las ánimas, dedicada a otra de las desmemorias históricas de España, el desastre de Annual (1921).
Como ya exhibió en esa novela de 2021, en Sueños en la niebla el autor construye un relato en el que destacan de nuevo la claridad de la escritura, así como la profunda humanidad con que sabe dotar a los personajes. El protagonista es el joven Manuel Toribio, casado con Juana, y la narración se inicia en el otoño de 1917 en El Barco de Ávila, donde ejerce como maestro y dirige el periódico local El Eco del Tormes. Manuel es retratado como una persona enamorada del monte, feliz con su tertulia y su familia; su suegro le previene contra el odio que está suscitando en el pueblo (“pueblo pequeño, infierno grande”):
"No te perdonan que seas feliz, ni divertido, ni inteligente, ni audaz, ni republicano, ni de izquierdas, ni que seas amigo de la gente importante de Madrid, ni que te pasees con Unamuno por esos cerros de Dios. Eso no te lo perdonarán. Y lo de tu periódico, menos."
Otras notas que caracterizan a este buen maestro es su práctica del excursionismo, de raigambre institucionista, su filosofía krausista y su crítica de la sociedad caciquil, de señoritos y gañanes: “Don Aurelio era un marmolillo de duro trato y más reaccionario que Romanones”; el narrador tampoco ahorra andanadas contra la capital madrileña: “ese montón de catetos, funcionarios y mercachifles que es la Villa y Corte”. Sin embargo, se permite opinar sobre esa Generación del 98, que mira al pasado, frente a los que -como él y sus amigos- miran al futuro. En este sentido, Manuel es absolutamente moderno: reivindica el feminismo de Pardo Bazán y de Colombine, da una conferencia sobre el problema de la vivienda y le fascina, como fidelísimo lector, la literatura inglesa, que le hace suspirar por el mar y el largo viaje.
En la segunda parte de la novela, el protagonista, acuciado por las críticas del entorno, decide trasladarse con su familia a Nerva (Huelva): en este sur conocerá el mar, leerá a los poetas andaluces y ahondará en su conciencia social y revolucionaria al descubrir las condiciones en que malviven los mineros y sus familias. Una visita a la Exposición Universal de Sevilla de 1929 le sirve al narrador (que aquí, más que nunca, es la voz de Juan Cañavate) para regalarnos un suculento elogio de las muchas Sevillas que conoce y ama:
"La [Sevilla] abadí de Al-Mutámid y la cristiana de san Fernando, la mudéjar de Pedro I, que igual no fue tan cruel, y la de Enrique IV, que igual no era tan impotente, la de la aventura de Indias y sus negocios sacros y mundanos, la de Cervantes y de Zurbarán y de Valdés Leal… La Sevilla de inquisidores y de herejes, de autos de fe y de procesiones, de oropeles, de vánitas y remordimientos, de donjuanes de Zorrilla y de donjuanes de Mañara, de flamencos y poetas, de libertinos y arzobispos que, a veces, eran los mismos, del desorden de Bécquer y del orden de Montoto, de Machado y de Cernuda, del bien y del mal […]."
Afiliado a un partido político, pronto se decepcionará: “Descubrió con sorpresa y tristeza la causa de que hubiese tal cantidad de tontos ocupando cargos en el Partido”. Se traslada entonces a Beniel (Murcia). Manuel ha cumplido 40 años en 1931 cuando se proclama la República. En la tercera y última parte de la novela, nuestro personaje, convertido ya en un desencantado militante ante la “política ineficaz de los charlatanes”, quiere volverse a la aldea abulense donde había sido feliz, pero el golpe de estado de julio de 1936 lo separa de su familia y lo envuelve en el fragor de la guerra: “Ganar o perder una guerra no tiene mucho mérito, lo importante es si puedes o no cambiar el mundo”. Manuel Toribio revindica la tradición de Fernando de los Ríos, el político y profesor que, en el viaje a la URSS en 1920, a la frase de Lenin “¿Libertad para qué?”, le respondió con “Libertad para ser libres”. Este Manuel libertario es un soñador que en algún momento creyó en la certeza de -como decía el viejo programa socialista- crear una sociedad de personas libres, iguales, honradas e inteligentes, y trabajó por ello, pero la guerra, la estulticia, la envidia y el odio de los españoles le helaron el corazón: “La guerra se ha perdido por la pureza de la CNT, por el infantilismo del PSOE y por el sectarismo del PCE, por su estúpida rigidez estalinista”.
Más allá de la devastación ideológica expresada por varios personajes de la trama, la obra de Cañavate es una novela en la que destacan el suave humor, la poesía, el amor, la amistad y la sensibilidad ante la naturaleza y el paisaje. Todo ello, sumado a las referencias poéticas que, como hitos, van colocados en todos los capítulos, da como resultado un libro, sí, sobre la guerra civil, pero sobre todo un libro sobre la memoria compartida y sobre una generación a la que se le hurtó el derecho a vivir razonablemente. El autor no hace una fotografía de un momento, una historia congelada y muerta, sino que consigue construir un relato en el que el tiempo, las acciones humanas, los sentimientos y las ideas fluyen. Una historia viva, que todos podemos compartir, porque, como aclara el poeta Francisco Castaño en una de sus Meditaciones puestas en razón (2023),
"Quienes quieren ser dueños de la historia/Necesitan un pueblo sin memoria./No les basta con ser enterradores,/Necesitan que a todos sus horrores/(Esos sin nombre muertos y desnudos/Que el odio quiso para siempre mudos)/Los ampare el silencio y el olvido:/Si no hay memoria, nunca han existido./Por que no vuelva ese mutismo atroz/Es más que necesario alzar la voz./Para ser la memoria del presente,/Por que no quede por saldar pendiente/Cuenta alguna que pueda ser un lastre/Para quien sobreviva a este desastre/De corrupción, codicia, fanatismo:/Llamado religión, nacionalismo,/Patria, mendacidad, raza, bandera/-Que rima en un regüeldo con frontera-/O cualquier otra infame servidumbre/A que nos sometemos por costumbre."
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