Tribuna Económica
Joaquín Aurioles
Los sindicatos del siglo XXI
Granada/Hace unos años, tenía lugar en Madrid un ilusionante proyecto titulado Conexiones que comisariaba el crítico Óscar Alonso Molina. Una serie de creadores jóvenes, de esos que dejaban atrás el expectante segmento de artistas emergentes para situarse en los parámetros seguros de una clarificadora realidad, realizaban trabajos partiendo de obras existentes en la Fundación Banco Santander y en el Museo ABC. Uno de aquellos artistas seleccionados fue Marina Vargas; artista que ya estaba en lo mejor del arte contemporáneo. Su obra fue seleccionada para una importante exposición en el Museo que el rotativo tiene en la capital de España. Antes de ella, otros dos artistas pertenecientes a esa afortunada generación de pintores que salieron de la Facultad de Bellas Artes de Granada, Simón Zábell y Jesús Zurita, habían sido seleccionados. El mencionado crítico dijo, entonces, que Marina Vargas: "Es una de las artistas con mayor energía y potencial de su generación [...] Me gusta tratarla de verdadera fuerza de la naturaleza e incluso de hechicera".
Toda una contundente declaración de intenciones de alguien que sabía lo que decía y que conocía, mejor que nadie, el panorama artístico de una España que aportaba a la plástica moderna internacional un caudal inusitado de buen hacer. Aquellas palabras del crítico maestro se pueden suscribir, ahora, en su totalidad por la determinante capacidad creativa de Marina Vargas, por la contundencia formal que imprime a sus composiciones y por su absoluta facilidad para yuxtaponer muchas circunstancias formales con objeto de crear una naturaleza artística basada en un concepto muy bien definido y argumentado. Con Marina Vargas, con la amplísima disponibilidad estructural que maneja y con su variedad - dibujo, pintura, escultura, fotografía, instalación e, incluso, performance - nos encontramos con la verdad que debe poseer un artista con mayúsculas y que, ella, lo lleva a cabo con total energía creativa.
Por eso está en el proyecto Kora que patrocina el Museo Thyssen-Bornemisza, un selectísimo programa donde no todos -ni siquiera muchos de los grandes- han tenido cabida; por eso, también, ha estado en prestigiosas exposiciones comisariadas por muy importantes críticos y curadores; por eso fue seleccionada para representar a España en el proyecto New Worlds: Women to Watch 2024, una exposición internacional de artistas seleccionados por el comité de curadores del National Museum of Women in the Arts (NMWA) de Washington, de la que Rosina Gómez- Baeza era la comisaria de la propuesta española; por eso, sus exposiciones individuales tienen una especial importancia; por citar unas pocas: Anonymous Was a Woman (2024) en la galería Fernando Pradilla de Madrid, comisariada por Semíramis González; El cuerpo del amor (2020), comisariada por Óscar Alonso Molina en la galería Llamazares de Gijón; Rito e realtà (2019), en Civiero Art Gallery, Palazzo del Parco, Diano Marina, Italia; La estética del vértigo (2018), en Constantini Art Gallery, Milán, Italia; La Piedad invertida o La Madre muerta (2017), en Ce Galería, Monterrey, México; Ni animal ni tampoco ángel (2015-2016), en CACMálaga; La muerte por las manos (2014), en la galería Javier López de Madrid o Nadie es inmune (2012-2013), comisariada por Omar Pascual Castillo en el Centro Atlántico de Arte Contemporáneo (CAAM) de Las Palmas de Gran Canaria. Y por eso, su obra está en la mejores y más importantes colecciones de Arte.
La exposición de Marina Vargas en el Thyssen, rigurosamente comisariada por Semíramis González, insiste en ese claro compromiso con un arte muy bien compendiado desde un poderoso concepto que deriva en diferentes proposiciones plásticas y formales. En este caso la idea básica es acercarse al compromiso de una serie de mujeres cuyo relato nunca se ha tenido en cuenta y ha sido relegado a un inmisericorde ostracismo. La más importante de ellas es María Magdalena cuyos textos fueron dejados fuera de los Evangelios Canónicos y su voz prácticamente ocultada.
La artista granadina ha investigado profundamente todo lo relacionado con aquella mujer tan importante en la vida de Jesús y que en la Iglesia se la confinó a un papel menos que el más secundario. La Magdalena puede ser, asimismo, el espejo de esas tantas mujeres apartadas por las envidias, las incomprensiones o, simplemente, el interés de un mundo donde a la potente voz femenina con profunda carga de verdad no se la quería activa y era anulada. Martina Vargas, con ese verbo plástico tan característico donde se aglomeran y conviven distintas formas expresivas, siempre con un poderosos halo barroquizante se vale de pinturas que recrean esa especial iconografía en la que la arista compendia símbolos y signos con desarrollos instalativos muy bien dispuestos y acertadamente acondicionados donde elementos creativos de la artista dialogan con obras de la propia colección del Museo o se incluyen en el sistema expositivo de las salas. La primera gran oferta compositiva, La Palabra está desarrollada por un conjunto de manos que, en el lenguaje de signos, aluden a frases del Evangelio de María Magdalena y de otras mujeres, así como a lemas feministas; al mismo tiempo, otra serie de manos forman el triángulo del símbolo feminista. A todo este potencial simbólico se contrapone la pintura del siglo XVI, Hércules en la corte de Onfalia de Hans Cranach, con un claro contenido feminista. La segunda sala, Visión nos ofrece también una poderosa instalación en la que una pareja de ángeles en adoración, del taller de la familia Della Robbia, organizan la situación espacial y enmarcan unos cangrejos cerámicos realizados y pintados por la artista; sobre el suelo un gran tapiz con caracolas; elementos que son utilizados en adivinaciones afrocubanas.
En otra pared la artista ha colgado, a modo de exvotos, moldes de los que se utilizan en radioterapia. Aquí la enfermedad de Marina Vargas está muy presente, a la vez que homenajea a otra mujer desconocida, Charlotte Haley, paciente de cáncer de mama que luchó para que existiera una mayor inversión en investigación de la enfermedad; para ello repartía cintas de color melocotón con objeto de dar luz al problema médico. Así, Marina Vargas utiliza tal color en las paredes de la sala. El tercer apartado de la exposición es Cuerpo, transformándose el espacio en una especie de oratorio donde aparece dos piedades, una suspendida del techo, la Piedad negra, que se contrapone a una Piedad craquelada donde es Jesús quien sostiene a una María que, en este caso, es María Magdalena. La pieza se completa con una serie de corazones que aluden a las visiones de Margarita María Alacoque, la primera persona que tuvo la visión del sagrado Corazón. Junto a ellas un cuadro de Petrus Christus de 1465, La Virgen del árbol seco. De mucho impacto visual es la última sala donde una gran fotografía de un pecho mastectomizado se enfrenta a la escultura de Santa María Egipciaca, una obra del siglo XVIII de Luis Salvador Carmona. Toda la sala está rodeada de cartas con dibujos plateados; una voz de mujer, la de la actriz María Botto, que fue en su momento la que encarnó a la figura de María Magdalena en una película, lee el significado de cada carta.
La exposición de Marina Vargas es un todo conceptual y artístico donde la filosofía, la iconografía, el concepto artístico y plástico de la artista granadina, se amalgaman en una acción espectacular que no deja indiferente a nadie y abre las perspectivas para que una realidad superior trascienda sobre la propia situación del relato artístico. Se trata de una exposición que va a suponer un antes y un después en el discurrir de una artista preclara y de profundo aliento espiritual.
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