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Ulises vuelve a los Balcanes

Una odisea balcánica | Crítica

César Campoy hace un periplo balcánico siguiendo ‘La mirada de Ulises’

Harvey Keitel en 'La mirada de Ulises'.

La ficha

Una odisea balcánica. Tras los pasos de la mirada de Ulises. César Campoy. Báltica. 171 páginas. 17,90 euros

La pereza intelectual lleva a considerar que los Balcanes se ciñen a los contornos hoy ya fantasmagóricos de la extinta Yugoslavia. Pero la cultura balcánica es más un halo que un mapa concreto. Su geografía igualmente espiritual alcanza también al norte de Grecia (el Pindo, la Macedonia griega), se adentra hacia Bulgaria, continúa hasta Rumania, donde el litoral de Constanza, mientras el Danubio, desde su delta en el Mar Negro, traza su curso inverso hacia Belgrado, hasta que el río Sava y luego el Drina perfilan los contornos orientales de Bosnia-Herzegovina. 

El libro de César Campoy es un personalísimo viaje de autor que, en razón de lo dicho arriba, parte de Tesalónica y pasa por Florina, Korçe, Bitola, Plovdiv, Bucarest, las citadas Constanza y Belgrado, Mostar y Sarajevo. Campoy recrea en clave viajera la particular odisea dentro de la Odisea homérica que el director griego Theo Angelopoulos versionó en su mítica película La mirada de Ulises (1995). En la cinta un cineasta llamado A. (trasunto del propio Theo e interpretado por Harvey Keitel), se embarca en un periplo por entre la niebla y la difusa idea del retorno, lo que le hace volver a su ciudad natal en busca de tres bobinas sin revelar, atribuidas a los hermanos Ianaki y Milton Manaki, y que podrían suponer, con su inocente mirada, el origen del cine en los Balcanes. 

Son, pues, tres las odiseas que convergen en el libro de Campoy. Si la literatura viajera parece hoy diluida por el turismo abrasivo y la nueva cultura del tránsito, Una odisea balcánica apela a lo que el viaje aún preserva como salvaguarda de la belleza que del paisaje revierte en nuestro interior. La mirada de Ulises, estrenada en 1995, reflejó por entonces la Europa en descomposición que tenía en Yugoslavia su más trágico muestrario. Casi treinta años después, César Campoy nos invita a participar de su nostálgico periplo siguiendo las huellas de los hermanos Manaki tal cual hizo el cineasta A. en la película. 

Diario personal, cuaderno de viajes, bitácora de aprendizaje. De todo hay en Una odisea balcánica, que no es, como decimos, si no otra interpretación épica del poema de Homero añadida a la propia visión de Angelopoulos. Ítaca, en este caso, son esas tres primeras bobinas que simbolizan no tanto un fin de trayecto como un augurio de destino.

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