La última voz de Morente
Primer aniversario de su muerte
El cantaor granadino se distinguió por ser el gran revolucionario del flamenco en discos como 'Misa flamenca', 'Alegro soleá' u 'Omega', obras conmovedoras.
El 13 de diciembre de 2010 se extinguió, inexplicablemente, la última voz de uno de los mayores maestros de la historia del flamenco: Enrique Morente. Unos días antes había acudido, por su propio pie, a someterse a una operación quirúrgica menor, casi de trámite. Tan poca importancia le daba a la intervención y a su convalecencia que si se operaba un viernes, estaba quedando para el lunes siguiente con el objetivo de continuar la fase de producción de un documental sobre su música y dictar el horario de ensayos para su próxima gira por el País Vasco, que tendría lugar unas semanas después.
Por eso su muerte, tan pequeña, tan de pronto, resultó bruscamente brutal. El 6 de diciembre, viernes, Enrique Morente se operaba de una úlcera. Al día siguiente, sábado, su convalecencia fue correcta: estuvo bromeando con su mujer, Aurora Carbonell, y con su hija, Estrella Morente, que esa misma noche actuaba en Granada. El domingo por la noche dijo que se sentía mal y esa misma madrugada, sin que nadie lo presintiera, su muerte entró en barrena, puso a Morente en estado de coma y lo mató unos días después. Sin aviso, sin pausa, sin vacilación. Eran casi las cinco de la tarde del lunes, 13 de diciembre. Inexplicable: el inmortal Enrique Morente, el gran toro orgulloso en la corrida de la vida, había muerto. El mundo entero se quedó conmocionado.
Estaba a punto de cumplir 68 años, pero parecía que tenía 38. Tal era su vigor y su agilidad mental, su capacidad de absorber, como un colegial, cualquier información nueva, cualquier anécdota del mundo, cualquier experimento científico que pasara por su cabeza.
Si Enrique Morente es hoy un grande del flamenco es porque supo revolucionar, desde dentro, los cimientos del cante jondo, llevarlo a terrenos absolutamente desconocidos siendo, al mismo tiempo cabal y respetuoso con las tradiciones. "Si yo clavo bien una seguiriya", solía decir, "da igual que el acompañamiento sea un yunque con un martillo, una guitarra eléctrica, una orquesta sinfónica o una banda de punk rock". Y fue esa filosofía, la de "clavar bien las seguiriyas", la de cantar los palos del flamenco en toda su hondura y en toda ortodoxia, la que lo llevó a meterse en las arenas movedizas de cualquier estilo musical. Partiendo de unos cantes puros, que Enrique Morente había aprendido a base de años, a base de escuchar a los grandes maestros y memorizarlos, el cantaor granadino se convirtió en una monumental enciclopedia de la voz y la sabiduría. Eso hizo posible que pudiera registrar discos como Misa flamenca, Alegro-soleá y Fantasía del cante jondo u Omega. Discos radicales imprescindibles por completo para cualquier nuevo cantaor que quiera ser voz y experimento. Arte y decencia. Vanguardia y tradición.
Nacido en Granada el 25 de diciembre de 1942, el día de Navidad, Morente ya llevaba el cante en los genes. Solía contar -no se sabe si es rigurosamente cierto o una leyenda de las que a él le gustaban narrar- que se madre se puso de parto mirando hacia la Torre de la Vela. Su infancia en un Albaicín de posguerra en el que el único alivio era el cante, su paso por los niños cantores de la Catedral, los seises, lo moldearon musicalmente desde pequeño. Para él el flamenco se convirtió en su verdadero mundo.
Morente solía contar que, de adolescente, era capaz de irse andando o como fuese de Granada a Cádiz para visitar una taberna en la que había un viejo cantaor que interpretaba la seguiriya o la soleá de determinada forma. Esa capacidad de sacrificarse para aprender fue lo que moldeó su personalidad. Quería tradición, quería individualidad y quería innovación.
A comienzos de los años sesenta, Enrique el Granaíno se fue a Madrid y estableció contacto con Pepe de la Matrona, un anciano cantaor que había sido discípulo de Antonio Chacón. Morente aprendió con él de todo y comenzó a dar sus primeros pases en los tablaos madrileños. Luego llegarían los primeros viajes en cuadros flamencos a Nueva York y Washington. Después llegarían giras por Gran Bretaña, Alemania, Holanda, Suiza y Bélgica. Aún no tenía disco cuando, en 1967, obtuvo el Primer Premio del certamen Málaga Cantaora.
Sus dos primeros trabajos discográficos, Cante flamenco y Cantes antiguos del flamenco demostraban que aquel joven de 25 años tenía un extraordinario talento para asumir e interpretar palos realmente complejos y antiguos. En Morente no había impostación o artificio. Todo le surgía de la garganta de una forma natural.
Poco después, en 1968, entraría en contacto con el guitarrista Manolo Sanlúcar. Juntos se convertirían en un tándem cantaor-tocaor, irrepetible. Por eso fueron los primeros artistas flamencos en actuar en el Ateneo de Madrid. Durante los años setenta, los dos estarían de gira por México, Francia y Estados Unidos. En esa época le llegarían galardones como el Premio Nacional del Cante.
En 1978, Enrique Morente experimenta un giro radical en su carrera con la publicación del disco Despegando, que incluía temas como La estrella o Mírame a los ojos. Ahí daba rienda suelta a toda su personalidad: letras de enorme carga crítica, la reivindicación de Andalucía, la introducción de conceptos como misiles y motores en un cante. Era un innovador total que se introducía por caminos nuevos, todavía sin transitar. Eso le llevaría a actuar en festivales con músicos de rock como compañeros de cartel. Pero Enrique Morente siempre tenía un as en la manga: si grababa un disco revolucionario, el siguiente debía ser tradicional. Así registró Homenaje a don Antonio Chacón, que le valió el I Premio Nacional del Ministerio de Cultura.
A lo largo de los años ochenta, Morente se aliaría con otro grande del cante, Camarón de la Isla, para protagonizar, juntos, memorables 'mano a mano'. Mientras, Morente se ponía a investigar y participaba en proyectos como la Fantasía del cante jondo para voz flamenca y orquesta junto al compositor suizo Antonio Robledo. Ese trabajo sería grabado en disco a mediados de los años noventa con un enorme éxito. Lo mismo sucedió con Misa flamenca, de 1991, en la que mezclaba textos de San Juan de la Cruz con cantos gregorianos y su propia voz. Un trabajo espeluznante.
La publicación de ambos discos, su interés por los textos de Lorca, de Antonio y Manuel Machado, de cualquier poeta que cayera en sus manos, lo llevarían irrevocablemente, en 1993, a plantearse un extraño proyecto: ponerle música en español a las canciones de Leonard Cohen, a quien conoció ese año en Madrid. El contacto, en 1995, con los integrantes del grupo de rock granadino Lagartija Nick, que querían musicar Poeta en Nueva York con un cantaor flamenco daría como resultado, en 1996, la publicación de Omega, uno de los discos más espectaculares del flamenco. A partir de ahí, Morente acudiría a grandes festivales de rock y sería requerido por las principales capitales del mundo para interpretar el disco en directo. Tras aquel disco, Morente sería ya otro: un innovador, un experimentador, un aventurero del flamenco, pero un aventurero por cabales. Trabajos como Lorca, El pequeño reloj, Pablo de Málaga o Llanto por Ignacio Sánchez Mejías revelaban a un Enrique Morente que hacía lo que ningún otro cantaor se había atrevido a hacer: se doblaba las voces, utilizaba ecos y baterías, se armonizaba a sí mismo. Eso lo hacía una figura única e irrepetible, porque cualquier otro cantaor que utilizase esas técnicas, no haría más que repetir lo que ya había inventado Enrique Morente, el cantaor que abrió todos los caminos para transitarlos solo.
7 Comentarios