El parqué
Álvaro Romero
Jornada de subidas
Análisis
La crisis del Covid-19 ha dado lugar a una especie de tormenta perfecta en España. En ella se han mezclado errores humanos, mala fortuna y razones sistémicas. Sin intentar ser exhaustivo, podemos mencionar la pronta llegada de la pandemia y la poca experiencia previa, los hábitos de contacto social en las culturas mediterráneas, el envejecimiento de la población, el carácter de enclave turístico de nuestro país, la contaminación urbana, unos medios de transporte masificados, un sistema sanitario y unas redes de investigación ahogados por recortes sucesivos, las presiones económicas…
Contra la mala fortuna, poco se puede hacer; respecto a los errores humanos, habrá que aclararlos para depurar responsabilidades y, sobre todo, para evitar su repetición. Pero todo ello sería insuficiente si no se tuvieran en cuenta las razones socioeconómicas que hay detrás de la crisis y condicionan su solución. Al respecto, cada vez son más las voces que apuntan al ordenamiento neoliberal del mundo.
Al hacer referencia al neoliberalismo, no pienso principalmente en determinados partidos políticos (aunque ciertamente algunos son más proclives que otros a su defensa), sino en las reglas de juego globales que pautan los modos de gobierno. Dichas reglas empezaron a entrar en uso a finales de la década de 1970, sustituyendo a las de la sociedad de bienestar, que desde finales de la II Guerra Mundial habían propiciado las “décadas doradas del capitalismo” occidental.
Las reglas de juego son sumamente importantes, porque determinan las políticas posibles más allá del color del partido que esté en el gobierno. Esto explica que, en su conjunto, la acción de gobierno propia de los partidos conservadores en las décadas doradas tuviera un carácter más social que la que hoy ejecutan supuestos dirigentes progresistas. Recordemos, a modo de ejemplo, que fue el democratacristiano Ludwig Erhard, Canciller de Alemania Federal entre 1963 y 1966, quien formuló la idea de la “economía social de mercado”, para la que era fundamental que el Estado invirtiera en la ciudadanía a través de mejoras radicales en educación, salud, infraestructuras y cultura. Es fácil observar el contraste entre esta postura y la mantenida por un icono neoliberal como Margaret Thatcher, quien hizo gala de su radical oposición a las políticas sociales al afirmar la sociedad no existe, sino sólo los individuos. ¿Hay acaso una forma más radical de anular algo que negando su existencia?
Así, el neoliberalismo, con su culto al individualismo y el desprecio de lo social, se convirtió en el caldo de cultivo perfecto para el deterioro de las condiciones vitales y sociopolíticas de los Estados. Conectando con el caso que nos ocupa, el de la crisis provocada por el Covid-19, ¿alguien puede poner en duda el importante peso que en ella está teniendo la depauperación de los sistemas públicos de atención sanitaria e investigación? La correlación entre pandemia y neoliberalismo puede ser reforzada con otros muchos ejemplos, como el del modelo de consumo turístico que este sostiene y los movimientos de personas que implica a nivel global, o el del aumento de los flujos migratorios a causa de la creciente desigualdad producida tanto por el cambio climático que alimenta como por la ausencia de regulación económica que exige.
Pero si la clave neoliberal es tan importante y esta rige a nivel global, ¿por qué la pandemia no ha afectado a la mayoría de los países en el mismo grado que a España?
Para responder a esta pregunta, volvamos a la imagen de la tormenta perfecta y las variables que la constituyen, ya que muchas de ellas son manifestaciones de la forma singular en que el neoliberalismo se ha constituido en nuestro país. Al respecto, quiero destacar dos circunstancias históricas especialmente importantes. En primer lugar, no podemos olvidar que España, sumida en una dictadura, había quedado al margen de las décadas doradas de la sociedad de bienestar, con lo que carecíamos de una tradición que permitiera amortiguar los efectos del nuevo orden neoliberal. En segundo lugar, la entrada de nuestro país en la Unión Europea tuvo un alto coste: asumir que nuestra función en un mundo globalizado exigía convertirnos en despensa y destino turístico de la Europa más desarrollada.
La comparación de España y Alemania puede servirnos de ejemplo para ilustrar el peso de estas dos circunstancias en los efectos de la pandemia. Respecto a la falta de un colchón social previo, parece obvio que aunque ambos Estados han reducido sus presupuestos en sanidad, la diferencia significativa en el número de camas hospitalarias por habitante o el porcentaje del PIB dedicado a la investigación ha afectado a las diferencias en las tasas de infección y mortalidad de Alemania y España. De la misma forma, podemos hacer referencia al abismo que hay entre los recursos que cada uno de estos países dedican a favorecer la natalidad y la conciliación laboral, y que explican por qué en España es habitual que el cuidado de niños y niñas recaiga sobre nuestros mayores.
Para comprender la importancia de la segunda circunstancia histórica, la que define nuestro lugar en la Unión Europea, no hay más que comparar el peso del tejido industrial en la economía alemana y el del turismo en la española. Es obvio que el turismo no dota de las infraestructuras necesarias para la producción de emergencia de equipamiento médico y sistemas de protección individual.
La historia de la democracia española, desde sus inicios y con las excepciones tibias de los periodos de José Luis Rodríguez Zapatero y Pedro Sánchez, es una historia ejemplar de recetario neoliberal; y es una triste ironía que sea precisamente a estas excepciones a las que les haya tocado lidiar con dos de los efectos más terribles de dicho recetario: la crisis económica desatada a partir de 2008 y la actual crisis pandémica.
Dando una vuelta de tuerca a la ironía histórica, la crisis de 2008 permitió a Mariano Rajoy obtener una mayoría absoluta que le legitimaba para seguir aplicando las mismas políticas suicidas que nos habían conducido a ella.
¿Qué ocurrirá tras la pandemia? Quiero ser optimista y pensar que los españoles, independientemente de las exigencias de responsabilidad a la distintas instancias de gobierno, serán conscientes de la necesidad de ir a un nuevo New Deal o, mejor, a un Green New Deal que permita, entre otras cosas, la revitalización del sistema público, especialmente en los ámbitos de la salud, la enseñanza y la investigación, o la inversión en un proceso de reindustrialización que nos haga menos dependientes de otros países a la hora de gestionar las crisis que se avecinan y nos permita tener una economía menos fluctuante y con más potencial a la hora de generar empleo. Puesto a soñar, espero que esta toma de conciencia conduzca a un clamor global que convierta en obvia una exclamación hasta hoy marginada: ¡Otro mundo es posible!
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