Bancos

Es como si en Netflix hubiera contratado la serie Asalto al Banco Central sin saber exactamente su contexto. No era una precuela de La casa de papel ni nada parecido. Relata con gancho un episodio funesto más del aciago 1981 y que parecía relacionado con el 23F. Se desmintió entonces y después, a tenor de lo que cuenta la ficción de Daniel Calparsoro, está conectado con los golpistas y con el terrorismo de Estado en los estertores del franquismo. Había materia y material, pero nada que ver con una simple historia de atracadores con tramas transversales amorosas.

Asalto al Banco Central no ha tenido la promoción esperada y ha pasado al desván de la plataforma. Y no es una serie más. Es didáctica, entretenida, curiosa. Cosas que han dejado de suceder. Incluso tiene buena ambientación y unos secundarios que ensamblan la intriga que a distintos niveles recorre la historia. Los protagonistas, Miguel Herrán, el atracador número 1, y María Pedraza, la periodista del Diario de Barcelona en primera fila, se ven desbordados por sus roles. Más fiable es Isak Férriz, a sus anchas en esos ochenta de pátina quinqui barcelonesa, y por supuesto Tito Valverde, que sólo ha tenido que echar mano a su bagaje en El Comisario. Roberto Álamo es Manglano, un personaje-tipo a su medida camaleónica, pero que sufre aquí de un maquillaje excesivo que le perjudica.

Los cuatro primeros capítulos de media hora larga de este recorrido por una Barcelona que se abre a la libertad en tiempos tan convulsos donde la vida todavía estaba en oferta, se visionan de seguido, como un amplio largometraje. Están sus giros temporales, sus subrayados. En el quinto, cuando todo parece resuelto, la historia se amplía en el pasado para explicar la envoltura conspiranoica de un suceso que paralizó aquella España de incipiente Pal Color. La España que asistió ante la tele a la irrupción de los Geos, una policía que se sacudía la caspa y los viejos métodos. Daba aún para más, pero es interesante. Tratándose de Netflix es notorio.