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Para la revista The Economist la economía española es la mejor en 2024, considerando el crecimiento, la Bolsa, contención de los precios, reducción del desempleo y del déficit público respecto al producto. El producto de una economía se calcula de tres formas, por el valor que se añade, las rentas que se generan o el consumo. Este último se compone de consumo e inversión público y privado, y exportaciones menos importaciones; en España, pese a la inflación y a los bajos sueldos, las políticas de salario mínimo y pensiones han propiciado un aumento real de la demanda. En cuanto a la inversión, es muy endeble la privada y el argumento de que se retrae por inseguridad es endeble, pues vemos que la I+D va de un 0,5% del producto en Baleares, a 2,4% en el País Vasco, indicando que la escasa inversión productiva se relaciona más bien con el peso de la actividad turística, operaciones de compraventa inmobiliaria o autocartera de acciones. La inversión extranjera también está sesgada al inmobiliario, con excepciones como la billonaria de Italia y China para construir en Aragón la principal fábrica de baterías de Europa. En cuanto a las exportaciones, la intuición de Teresa Ribera permitió reducir el precio de la energía y resultar competitivos, y hoy podemos decir que el 80% del producto se debe a demanda nacional, pero un sustancial 20% es saldo exterior. Por último, pero no menos importante, los países que hace diez años se consideraban un lastre para Europa son los que más han mejorado, gracias a la fortísima intervención del Banco Central Europeo comprando deuda pública y privada, y cuyo vicepresidente fue nuestro ministro de Economía. Ha sido una buena política, reforzada en España por la ministra de Economía, que se manejaba muy bien internacionalmente, y la de Hacienda, que pese a lo antipática que es la recaudación, da credibilidad a los equilibrios fiscales, ganándose la confianza de los mercados con tipos de interés reales negativos para nuestra deuda.
Sin embargo, el sentimiento de malestar es generalizado, y ya Arthur Okun propuso medirlo por la evolución de la inflación y el mercado de trabajo, Robert Barro añadió el tipo de interés de largo plazo y la diferencia entre el potencial de crecimiento de la economía y el real, y Marijn Bolhuis sumó el malestar que produce la subida de las hipotecas y préstamos de los coches. Habría que incorporar, sin duda, la oferta y precio de la vivienda, en compra o alquiler, que aunque depende de las comunidades autónomas, repercute en la percepción política del Gobierno central, que tendrá que tomar iniciativas de gran envergadura frente a la inacción local. ¿Qué nos deparará 2025 en estos y otros ámbitos? Tim Harford argumenta que se encuentran buenas respuestas fijándose en quién domina las situaciones, y aunque la mayoría de las situaciones económicas escapan al control de un político o un empresario, siempre hay quien puede decidir lo que va a pasar, como le ocurre a un mago, que si te dice que escojas una carta no juega con la probabilidad de 1 de 52, sino de 1 de 1, pues sacará la carta que tenga que sacar. Puede argumentarse que esto es más difícil en economía que en un juego de cartas, pero ¿quién puede afirmar que es fácil la vida de los magos?
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