Tribuna Económica
Joaquín Aurioles
Inventarios de diciembre (4). Desigualdad
poliedro
Si en un mundo sometido a la imagen, es cierto que un máximo responsable político no es nada sin relevancia, también lo es que, en un mismo cargo, por ejemplo el de presidente del Gobierno, los hay de pelajes esencialmente distintos, más allá de la consustancial distancia que dan los colores opuestos. Como se trata de los dos últimos, permitan la comparación entre un prototipo gallego como Rajoy y su sucesor y previo exterminador político, el actual presidente, Pedro Sánchez. Mariano se moría por estar a salvo de los focos y no se mataba por las ruedas de prensa (“... y ahora les voy a dejar, porque estoy un poquillo cansao”, se despidió de los periodistas, creo que en Bruselas). A Pedro le gusta una barbaridad gustar y que su halo y su porte sean imposibles de ignorar, tan es así que uno le aconsejaría tener cuidado con los estanques remansados, no vaya a ser que acabe ahogado al caer encantado enamorado de tanta belleza; la de él mismo reflejado. Toca hablar de Pedro, porque nos ha convocado a elecciones generales a toque de corneta. En pleno verano. Por no haberlas entendido o no convencerme sus tesis, descarto las interpretaciones sobre la prontitud y la fecha estival de la convocatoria que atribuyen ganancia de tahúr el hecho de fijarla el 23-J: ¿qué ventaja o desventaja da a eso a uno u otro partido mayoritario o a otros minoritarios? Dos cosas deben ser consideradas ante este acontecimiento, y diría que a ambas se las ha ignorado o tenido al menos poco en cuenta. Un párrafo a cada una, si tienen a bien leer un poco más.
Lo primero es que ya queda claro que el famoso Manual de resistencia de Sánchez es un libro de autoayuda y puede que de vanagloria del toro abochornado que, Ave Fénix, llega a macho alfa de la manada, y que lo de resistir es trepar por la cucaña del poder, y hacerlo, he ahí una clave, de forma personal, más allá de los intereses del partido y, en cierta medida, del propio Estado. No es que no considere a éstos en su proceder gubernamental y político, sino que están después de sí mismo. Y tras un revolcón en las urnas donde han pagado buenos alcaldables y proyectos de barones el castigo dirigido a La Moncloa, el presidente del Gobierno se ha dicho: “Esto no lo aguanto yo, y si tengo que morir, que sea rapidito”. Me atrevo a apostar a que detrás de esta razón –sí esgrimida por muchos estos días, es sólo lógica– está un pecado de vanidad que es difícil de negarle a Sánchez. Es vanidoso hasta el narcisismo, y permitan que tras cinco años de presidencia y algunos anteriores de auge, caída y resurrección uno tenga un juicio fundamentado. Su ego y su amor propio –en el doble sentido: es trabajador y se adora– no le van a permitir estar hasta diciembre a los pies de los caballos; los de la Carrera de San Jerónimo y los de cada vereda del país. Pero esta vanidad vestida de dignidad y responsabilidad política esconde algo peor, y todavía menos comentado que la soberbia o el fatal narcisismo (tan alimentado por los palmeros y los del esguince de cuello a base de cabezazos).
Lo segundo y poco comentado es pragmático, nada psicológico ni con impacto mediático: por el adelanto, se van a quedar sin aprobar varias decenas de proyectos de ley y medidas ejecutivas, en muchos casos ampliamente consensuables (como la del Defensor bancario). Lo grave es que se va a abortar a mitad de ejercicio la ejecución presupuestaria, y recordemos que la principal labor de un Gobierno es ejecutar los PGE y gobernar –es un decir– la deuda pública, ¿o les resulta esto naif y muy de master? Las inversiones públicas, los cobros y los pagos no vinculados a la obtención de votos van a quedar arrumbados en las nubes, las que tan poco aparecen y las otras que guardan los documentos en algún silo de datos en medio de la nada. La maratón electoral a la que estamos todos amarrados deja fuera de foco la gestión. La responsabilidad.
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