Visto y Oído
Sonia
Tribuna Económica
Los problemas de inflación no han desaparecido del todo, pero es muy probable que la crisis de las bolsas afecte al ritmo de bajada de los tipos de interés en la Reserva Federal, el BCE y otros bancos centrales. El riesgo de inestabilidad a corto plazo obliga a afinar porque la incertidumbre afecta a la formación de expectativas y con ello al estrés en el sector financiero. Justo cuando el Gobierno plantea otra iniciativa perversa de ocupación institucional con el nombramiento del ministro Escrivá al frente del Banco de España. No es un problema de cualificación profesional, sino de que el perfil de independencia que exige el puesto queda seriamente dañado tras dos legislaturas al frente de diferentes ministerios.
La independencia de los bancos centrales ha resultado decisiva, según el FMI, para el control de la inflación y la estabilidad en el crecimiento desde los años 70. La evidencia es especialmente robusta en el caso de América Latina, donde el aumento descontrolado de los precios hasta mediados de los 80 se movía al ritmo en que disminuía el índice de independencia de sus bancos centrales. Al final de esa misma década ambas variables habían invertido su tendencia.
CaixaBank Research publicó en 2021 un escueto informe sobre las consecuencias de la independencia de los bancos centrales en las principales economías del mundo. Sus principales conclusiones son que para el periodo 1970-1999 ha contribuido a la estabilidad de los precios, no ha influido en la volatilidad de la economía y ha permitido reducir la brecha del crédito (desviación del volumen de crédito respecto de su tendencia) y mejorar la supervisión bancaria. En los años posteriores, tras la entrada en circulación del euro, el modelo se consolida y las ventajas de la independencia se mantienen hasta la crisis de 2008, cuando algunos gobiernos comienzan a cuestionar la pasividad de los bancos centrales ante el colapso de las economías.
Entre los problemas de la no independencia están la injerencia de la política en la disciplina monetaria, que lleva a los gobiernos irresponsables a endeudarse con su propio banco central, y la inconsistencia temporal en las decisiones, en el sentido de prevalencia de los factores a corto sobre los de largo plazo. Esta circunstancia constituye un incentivo permanente a la adaptación de las decisiones monetarias al ciclo político que pueden llevar, por ejemplo, a reducir los tipos de interés en periodos electorales o a plantear soluciones ineficientes, e incluso desafortunadas, frente a problemas reales, como el de las fusiones frías en 2010 para resolver la crisis de las cajas de ahorro en España.
Según CaixaBank, la independencia de los bancos centrales ha de plantearse en tres dimensiones. La de sus miembros, que es de limitación a la influencia de la política en la composición de los dirigentes de la institución; la financiera, es decir, la plena autonomía presupuestaria; y la de sus políticas, es decir, la de fijar sus propios objetivos e instrumentos de intervención. El nombramiento de Escrivá en el Banco de España plantea un conflicto de consistencia con, al menos, la primera de las dimensiones señaladas.
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