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LA Inteligenica Aritficial acabará siendo como una de esas personas que, al conocerlas, te repelen de una forma inmediata, casi desde que te son presentadas. Se trata de un caso claro de prejuicio, término que, como su propio nombre indica es una opinión sobre algo o alguien, pero una carente de fundamento, preconcebida, sin tener elemento de juicio de cierto peso para clasificar, y menos juzgar. Suele suceder que no pocas de esas personas acaben siendo de tu agrado, e incluso buenos amigos. Por lo mismo, eso que llamamos amor a primera vista es una memez, o una chamba, pero más un salto al vacío y hasta un suicidio sentimental diferido, sino encubierto.
La IA puede tener bastante de eso. Al principio de saber de ella, elucubras sin tener ni pajolera idea de qué va el enésimo prodigio tecnológico absolutista: estará contigo siempre o clanado descendencia; en tu móvil, ordenador o fondo de ojos. Pero que, una vez metida con calzador en nuestra vida –hecha de informática y teléfono en cierta medida--, ves que te es de utilidad, que te ahorra tiempo, y dinero. Al final, pagaremos en bits o en carne, en intimidad perdida, en cualquier caso. Esto me recuerda a la frase fina de una canción de Lucio Dalla, Quale Allegria: “Mientras que ya está preparado Andrés con un bastón y cien dientes, que te exige que pagues”. Nunca he sabido quién es ese “Andrea”, si es el discípulo de Jesucristo que se encarga de la gestión del torno de ingreso del paraíso celestial. No me lo ha aclarado la IA, que, por cierto, ha dejado a la Wikipedia condenada al asilo. Can lo que yo quiero a esa página, a la que doy periódicamente unos euros, reciprocidad y en agradedcimiento. No como otros, metirosillos, que juran que no tiran de Wikipedia, porque esa wiki es una fuente menor, de incultos borriqueros casi. Pero que pican a diario, y me juego una uña y diez pestañas.
¿Para qué escribe sobre la IA si no tiene usted ni pajolera idea del asunto, articulista de mis carnes?, se dirá el amable lector. Pues porque escribir y opinar sobre lo que uno sabe muchísimo o bastante puede colisionar con la duda necesaria para avanzar en el conocimiento de algo, o mejor dicho, para pensar virginalmente, forma en la que, acerca de lo que sea, uno piensa y experimenta pocas veces con verdadera falta de prejuicio: virgen. A esto se lo denomina Paradoja de Nosequé. No voy a ir a buscar su verdadero nombre a IA ni a Wikipedia. Pero, a lo que vamos: propone que, cuanto uno más sabe, menos creativo libre es, y viceversa. La paradoja consiste en que cuando uno sabe y es veterano es cuando ostenta poder intelectual o, y mejores ganancias de su trabajo técnico o artístico. Mientras que, cuando uno puede ser verdaderamente creativo, más cerca del niño que fue, suele no tener ni idea de las cosas que aborda y le interesan. Y tampoco un níquel en el bolsillo.
No le importe si no sabe de IA: será ella quien hará de forma implacable que usted la conozca a ella, y que la usemos continuamente, tantas veces, sin saber que lo está haciendo. Hasta depender de ella, que lo hará poe su bien y su comodidad; por ejemplo para que le realice el Trabajo de Fin de Grado, o un dictamen o una carta de amor, y así lo enganchará a quererlo todo y quererlo ya. O para tener una excusa con la que poder hablar por teléfono con su hijo y su nieto. Este o esta verá su llamada, no la cogerá. Y después preguntará con cierto cariño y una mentirijilla qué puñetitas quieres ahora, papi o abu.
No sé tampoco cuál es la cuenta de explotación de las diversas hidras y variantes ultramutantes de IA que se desarrollan sin cesar; cuáles pueden ser los ingresos de unas u otras (“¿pero qué sabe entonces usted de IA, por Dios bendito?” “Pues ya ve, más o menos lo mismo que usted. Lo justo. Y con alfileres).
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