La Rayuela
Lola Quero
Nadal ya no es de este tiempo
¡Oh, Fabio!
No diremos los nombres, porque en su día fueron pronunciados en la estricta confidencialidad (eso que en el gremio llaman un off the record). Un político socialista que, a principios de la democracia se oponía a las autonomías, se reunió con un compañero de partido fervoroso partidario de éstas. Cuando el primero le preguntó al segundo el porqué de su empeño, éste le contestó: "Seamos sinceros, en Madrid nosotros no somos nadie, pero aquí en Andalucía sí podemos serlo". Como cualquier proceso político e histórico de envergadura, el nacimiento del Estado Autonómico se debió a una suma de factores e intereses muy diversos e, incluso, contradictorios; entre ellos no hay que desdeñar el interés corporativo de una nueva clase política que vio en el nuevo orden territorial una oportunidad para reproducirse (Madrid no daba más de sí) y disfrutar de los verdes pastos del poder autonómico.
No pondremos en duda que el Estado Autonómico ha permitido acometer una reforma pendiente en España desde el siglo XIX, la descentralización administrativa de una nación que jugaba a ser Francia cuando tenía las infraestructuras de comunicación de Marruecos. Tampoco que dicha solución -más improvisada de lo que se le quiere hacer creer a las nuevas generaciones- derivó en una sobreactuación que trajo consigo el despilfarro y en la construcción forzada de unos hechos diferenciales en la que se invirtieron millones de euros. El proceso de palurdización que trajeron consigo las autonomías fue notable y sólo así se entiende que a los niños se les enseñe en las clases de formación del espíritu autonomista que Blas Infante -un notario extravagante y bienintencionado que murió vilmente asesinado- fue "el padre de la patria andaluza". ¿Algún político tendrá alguna vez el valor de acabar con esa inmensa falsedad? Probablemente no. Es más cómodo poner cara de doliente homenaje y después despotricar por la espalda.
Hoy conmemoramos los 40 años de aquellas masivas manifestaciones por la autonomía de Andalucía el 4 de diciembre de 1977. En general, y con muchos peros, el balance del autogobierno es positivo. Sobre todo, se ha acabado con la miseria que afectaba a amplias capas de la población. Lo que ennoblece al sentimiento autonomista del 77 es, precisamente, que fue una lucha por la justicia social y la dignidad, no los folclores verdiblancos y los Sabino Arana en chilaba. Hoy tendremos que asistir resignados a una inflación de la retórica andalucista de los portavoces oficiales. Hay mucho que celebrar. Al fin y al cabo, son muchos los que han conseguido "ser alguien" gracias a días como éste.
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