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El avestruz y los tres monos sabios
A veces los cambios son a mejor, se les teme siempre por lo desconocido, pero luego te encuentras con la sorpresa de que mejoras y ya no te aburres.
La sorpresa ha sido muy reciente y con la Casa de Porras, sí, ese faro de la cultura de base y viva que sigue alumbrando perenne desde el bajo Albaicín a pesar de las tormentas. Cerraban por obras la Casa aquella inigualable en la que llevo ya veinticinco años de fomento de la escritura creativa. Era inaplazable y nos dijeron que nos mudábamos a la Casa del Almirante, un poco más arriba, junto a la iglesia de San José, cerca de San Miguel bajo. No conocíamos el sitio la mayoría de los abnegados profesores que seguimos allí en el empeño de compartir nuestro saber artístico y cultural con el que se quiera acercar a practicarlo, sea o no sea universitario pues aquello está abierto a todos.
Y por fin tuvimos la oportunidad de conocer la nueva casa. Espléndida, amplia, hasta con subterráneos, todo un Palacio. Se respiraba el júbilo, más aún si el propio director de Casa de Porras era quien nos recibía en la nueva casa-palacio que vamos a tener este curso con todos los talleres reunidos después de años dispersos por la ciudad. Era esto, era esto. A veces esperar compensa.
Además, cambia también la ubicación administrativa pasando a depender de la Madraza, de Extensión Universitaria, territorio natural-original de los talleres de Casa de Porras. Redondo. Un cambio a mejor se mire por donde se mire después de décadas de tanteos. El espíritu de lo contemporáneo que anima todo el territorio Madraza es el nuestro. Bingo.
Un nuevo comienzo, un reseteo necesario y un centramiento el que vivimos para relanzar la idea de ofrecer cultura de calidad, sin sucedáneos, y experiencia cultural en vivo a los muchos que por allí se acerquen este año. Está claro que se impone una nueva forma de aprender ahora que estamos ya tan hiperinformados: conocer haciendo, nueva pedagogía que se incorpora mucho más profunda pues impregna todo el espacio personal y además dibuja una sonrisa en quien se zambulle en ese conocimiento directo y compartido, en grupo.
El horizonte se ve mejor desde el Palacio del Almirante de Aragón. Y la Alhambra, constante, de centinela allá al fondo, para advertirnos que todo cambia y, esperemos, para que no todo siga igual.
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