La esquina
José Aguilar
Un fiscal bajo sospecha
Fue aquel primer recuerdo de un miedo que me llevó a querer esconderme bajo las faldas de mi hermana cuando aquel cabezudo, amenazante, se acercó para percutir su globo sobre mi infancia. Fueron los días de los últimos exámenes cuando ya el calor te obligaba a buscar en el armario la ropa guardada entre bolitas de naftalina. Era salir a la carrera para ver que fea y horrible, como siempre, iba vestida la tarasca montada sobre aquel viejo dragón piedra que parecía poder desvencijarse en cualquier momento. Era y son los olores dulzones y empalagosos de los tilos de plaza Bib-Rambla; y oír cohetes estallando en el aire y campanas repicar anunciando que una enorme procesión, aquella que parecía nunca acabar, ya estaba por las calles de Granada, sembradas del verde juncia.
Era el ajetreo de un taller de costura en que había que acabar todas las faenas para que se pudiera estrenar la ropa en el día señalado, en ese jueves en que brillaba todo como nunca. Pareciera que no había otro día para estrenos.
Eran aquellos maños que batían uvas a la entrada del ferial y preguntarse quién bebería aquello, era el vértigo de la noria girando, era el algodón de azúcar que se deshacía en la boca dejando el sabor de una desilusión como el primer amor que no te mira, era comprar aquellas papeletas de tómbola con la idea, absurda, de llevarte el más horrible de los muñecos que aquel año todo el mundo deseaba.
Eran esos días señalados para subir por la Cuesta de Gomérez y escuchar la música que resonaba entre jardines y fuentes y entre piedras centenarias del emperador. Era bajar con paso lento para refrescarse con el aire del Dauro y tomarse un chocolate y unos churros mientras los tilos dejaban caer su polen. Era y es acercarse a la mirada irónica de las quintillas de unas carocas que por unos efímeros días ponen al pueblo como portavoz de las críticas.
Fue gritar: ¡Chacolín, chacolin! al títere infantil de trapo que sacudía mamporros con su estaca a la malvada bruja mientras tus abuelos te vigilaban sin que tú supieras nada de lo que es realmente malvado en la vida.
Todo era ese Corpus que cada año se renueva mientras la mirada imponente de la Sierra deja escurrir sus últimas lágrimas blancas y nos dice que Granada está de fiesta. Todo eso será lo que se recuerde y nos recuerde cuando ya no estemos y seguirá siendo Corpus. Corpus de Granada, tilos de Bib-Rambla, nieve deshecha del Veleta, alguien me decía que era lo mejor del mundo. Vale.
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