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Siento recurrir al término esperpento cuando opino sobre la política española, nuestros gobernantes y hasta nuestro Parlamento que aunque debería ser la representación del pueblo, lo que allí se dirimen no son los problemas del pueblo, sino los intereses de sus señorías, sus cambalaches, chantajes y mercaderías de productos caducados.
Me ha entristecido, por ejemplo, la manipulación política hecha esta semana de la terrible tragedia que ocasionó el atentado del 11-M, provocado por Al-Qaeda. Los que en su día denunciamos la errónea política del ‘lacayo’ Aznar –así lo llamé por su seguimiento de Bush en la guerra de Irak, como he llamado ahora a Sánchez por limpiarle políticamente las botas a Puigdemont–, en una serie de artículos recogidos en un libro publicado en 2004 por la Asociación de la Prensa de Granada, y dejamos constancia de sus mentiras al insistir en la autoría de ETA, por la inminencia electoral, nos parece indigno que 20 años después, el Gobierno sanchista, intente sacar rédito político de aquel trance, en vez de centrarse en el respeto y homenaje que merecen los 193 asesinados y los cerca de 2.000 heridos que originó la barbarie yihadista. Ya pagó Aznar y el PP su precio con la derrota en aquellas elecciones. Trapichear con el dolor y la inmensa tragedia, veinte años después, es inmoral e inhumano.
Los españoles no nos merecemos esto, como tampoco estas pestilentes trifulcas parlamentarias a ver quién es más corrupto. Es verdad que Sánchez alcanzó el poder aprovechando los casos de corrupción del PP, así que cuando se ve enredado en esta misma madeja, recurra al viejo ‘y tú más’, cosa que la oposición hace también con avidez. Ya se utilizan a familiares, novios o allegados para dar forma a los ataques furibundos. Aunque se dice que en política todo vale, los niveles de crispación y de exabrupto a que está llegando la vida parlamentaria resulta demasiado barriobajero para esos padres y madres de la patria. De esos insultos recíprocos no sale la verdad que es lo que interesa a los ciudadanos.
La verdad nos hará libres, recuerda la Biblia. El admirado Ladrón de Guevara matizaba con “la verdad nos hará liebres”. Por la necesidad, a veces, de salir corriendo para huir de la persecución por decirla o, sencillamente, para escapar del mal olor que emana de las ollas que se destapan.
Y a propósito de desvergüenzas e indignidades parlamentarias, esta semana se aprobó la ley de amnistía, dictada por Puigdemont a sus lacayos sanchistas.
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