En tránsito
Eduardo Jordá
Linternas de calabaza
Sin zapatos y tomando contacto con el suelo; toda de negro hasta los pies vestida; y con ese hilo o canal o torrente de voz, Dolce Pontes, la diva portuguesa, lograba auparnos a todos los embozados del auditorio que flanquea la Alhambra a un peldaño más cerca del cielo. Y debió costarle el esfuerzo, y tuvo que ponerle ganas y tesón enfrentada como estaba la diva en este esperado recital granadino a un homogéneo mar de mascarillas que navegaban entre las butacas y que ahogaban incluso los vítores del final del concierto, algo breve si no llega a ser por los vises, que nos regaló la cantante lusa el sábado noche.
Había yo escuchado sus canciones pero nunca asistí a un concierto suyo, aunque ya era yo de antiguo un converso a esa su gravedad tan leve, a ese recitar las notas con quien no sabe más que deleitar, que es lo que consigue esta lusa intensa y singular.
Y ahí estaba este columnista en su fila trece, con aquellas bandas de seguridad anti contactos a cada lado marcando esta distancia social tan segura que, luego, ni el corazón más grande de cualquier artista va a lograr salvar para crear comunidad al menos durante el lapso del recital. Aunque si es por elevación sí parece que es posible esa comunión: ese es el milagro de esta voz que parece venir directa de otro mundo donde este dolor, esta pérdida y su zozobra que nos invade no existen o, al menos, se lleva mejor.
Rodeada de los suyos, sus músicos fieles se notaba insegura a la artista, como ella misma confesó nada más arrancar. Pero todo fue in crescendo luego. Y es que, gracias a los concursos que fabrican stars en cuatro días a golpe de tópicos y gallos de reguetón, vamos aprendiendo a distinguir mejor a los artistas de la escena, esos que cuentan por décadas su subirse al escenario y luego desaparecer en la intimidad para forjar nuevos cantos al sol.
Es dulce el puente que Dulce Pontes tiende de lo humano a lo divino. Y el sábado, inseguros y entregados con ella y como ella, nos atrevimos a recorrer de su mano el trayecto que separa el suelo del cielo. De ahí la gran ovación que todos de pie le dimos al acabar, cuando, ya incluso sin micro, cantó Dulce, cantó y también hasta lloró de esfuerzo y con razón después de salvar el muro que mediaba entre su timbre inmenso y nuestro embozado corazón.
También te puede interesar