Érase una vez
Agustín Martínez
Masoquismo andaluz
la tribuna
LA experiencia no tiene precio, ciertamente, y por eso es, a la vez, un recurso barato en dinero y un tesoro de incalculable valor social. "Del viejo el consejo" dice el proverbio, y así se reconoce en todas partes porque se trata de aceptar el magnífico acopio de sabiduría y conocimiento práctico acumulados en las personas mayores. Tres palabras, de significado antiguo y profundo hablan de esta riqueza. Son senador, presbítero y maestro. La Historia nos muestra cómo todas las culturas, desde las más primitivas en la recóndita selva hasta las más elaboradas como nuestra cuna grecorromana, sientan en puestos del gobierno a los "senadores", lo cual es tanto como decir a los "ancianos de la tribu", los más sabios para lo más difícil: la lucha política. Pero igualmente el mundo religioso recurre a los mayores que también saben ayudar en lo más íntimo. Los presbíteros eran los más ancianos de la comunidad y por ello ofrecían una gran confianza en los asuntos relacionados con la vida espiritual.
Y por fin llegamos al maestro. Esta tercera palabra demuestra como algo muy positivo esa especial manera de tener mucha edad, ese fructífero enriquecimiento que sólo dan los años vividos seria y profundamente. Y lo mejor es que desde su magisterio lo comunican a su alumnado. Hay una constante social que afirma que de las personas que enseñan no sólo se esperan contenidos sino, y sobre todo, modelos: de ética, de humanidad… Y así es como las tres palabras, senador, presbítero y maestro, siguen aludiendo a la dignidad y categoría que confiere la edad. Pues bien, de profesores en la universidad va hoy la cosa.
¿Cuánto vale el saber de un maestro veterano? Debe ser mucho lo que pueden aportar esas personas cargadas de años y de experiencia humana y profesional cuando la mayoría de las instituciones universitarias, cada una a su manera, contemplan la posibilidad de rescatar a una parte del profesorado cuando le llega el momento de la ineludible jubilación… concediéndoles la hermosa y honrosa titulación de "Profesor Emérito". Son un grupo no muy numeroso de docentes que todavía se siente con fuerzas e ilusión para continuar porque pueden mantener la actividad que el puesto requiere y no desean "archivarse" en un retiro más o menos dorado. Y este grupo no es muy numeroso porque hay que reconocer que, a veces, el paso del tiempo no perdona. En efecto, hay compañeros cuyo cansancio no les permite otra cosa al llegarles la edad que dejar las aulas, tan llenas de juventud que estimulan mucho, pero que también agotan hasta la extenuación. Y por desgracia hay otros compañeros que nos abandonaron prematuramente dejándonos un doloroso vacío.
Pero volviendo a los que no quisieron dejar su trabajo, la fecha de irse ha llegado y la ley es la ley; sin embargo, el docente jubilado que lo desea tiene la posibilidad de ser contratado con una nueva figura compatible con la jubilación: la de "profesor emérito", y con la aquiescencia de su departamento y algún otro lógico trámite, lo puede solicitar. Por su parte, la universidad reconocerá a estas personas esa valía largamente demostrada considerando que merece la pena que sigan formando parte del acervo cultural universitario. El acuerdo es beneficioso para ambas partes, la universidad recibe del profesor recontratado la misma cantidad de trabajo (su carga docente es la misma que tuvo siempre) y el "emérito" reúne, entre la jubilación y el contrato, que es lo que ahora le paga la universidad, prácticamente los mismos emolumentos.
Ser profesor emérito es vivir el final de la profesión como un largo atardecer plácido y sonrosado como una tarde de verano, más suave en su decrecer y más fructífero en sus resultados. Pero ¿cuánto debe durar? Porque parece que no hay norma absoluta. Comenzó siendo un espacio vital sine die, y luego se le determinó plazo fijo. No obstante, aparecen ahora en el horizonte legislativo ciertos avances de nuevas normativas sobre la docencia universitaria. Estas próximas modalidades de legislación parecen abrir ilusionadas posibilidades para la figura del profesor emérito. Posibilidades que afectarían positivamente a algunos eméritos valientes que, estando al final de su contrato, así lo deseasen.
Los rectores seguramente se darán cuenta de la gran riqueza que están aportando a la institución y, como decíamos al comienzo, lo poco que cuestan económicamente hablando, por ser poco el salario y pocas las personas que lo desean. A cambio, este conjunto reducido de eméritos, aun siendo pocos, son una gran voz que demuestra a la sociedad cuánto vale para ellos esa Universidad en la que trabajan; tanto que no quieren dejarla como no dejaría un niño la casa de su madre. Porque eso es lo que ven en ella: a su alma mater studiorum… ahora que todos somos Bolonia.
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