Crónicas levantiscas
Juan M. Marqués Perales
Los que manejan el mundo
Un día en la vida
Como en sus tiempos de jovenzuelo antisistema y asaltador de cielos -volvería a hacerlo como líder de Podemos y ya hasta con cargo público- el vicepresidente del Gobierno justificó -dicen que llegó a alentar- el hostigamiento verbal a sus adversarios políticos, el cerco escandaloso a sus domicilios y el boicot a sus actos, la condena de los escraches que él ha sufrido ahora junto a su pareja, la ministra Irene Montero, hasta el punto de tener que suspender sus vacaciones en Asturias, ha sido tibia, a media voz. Eso cuando ha habido condena… Pues, como era de esperar, han sido también bastante celebrados. De nuevo estamos ante el "ahora te jodes tú", "quien siembra vientos...". El ojo por ojo y diente por diente.
La referida tibieza de esa condena llega sobre todo de quienes permanentemente alardean de poseer una sólida y robusta cultura democrática, asignatura de la que imparten desde lecciones magistrales en el Aula Magna a clases particulares en la Academia Robapera. Con su reciclaje ideológico -aquel fatuo izquierdismo juvenil de algunos convierte en minucia toda la trayectoria de Iglesias- que los acerca cada día más a posiciones políticas ubicadas en el extremo opuesto de aquellas en las que contrajeron el sarampión rojo, convienen en admitir que el acoso al vicepresidente merece reprobación, pero no pueden reprimir el saboreo de cierto regusto, una íntima satisfacción al saber del cerco a la -también para ellos- aborrecible pareja.
¿Por qué es tan difícil reconocer y sobre todo condenar, sin más, el mal aunque la víctima sea alguien que te cae como una patada en la nuez? La gestión, la actitud, el talante, la dialéctica, la trayectoria, los objetivos, las aspiraciones, las intenciones e incluso -si así se ve- el peinado de Iglesias pueden dar para toneladas de críticas y de aversión. Pero condenar el asedio al que es sometida su vida privada y a continuación entender que se lo tiene merecido y que él se lo ha buscado no es otra cosa que abrazar los mismos argumentos que el jefe de Podemos esgrimió en su día para bendecir aquellos escraches a sus adversarios que él definía como jarabe democrático. Es decir, en lo esencial no se ve con malos ojos ese acoso de cenutrios ultras. Aunque tal vez haya otra muy sencilla y ruin razón: se alza la voz como defensor y difusor de las libertades y por lo bajinis se está de acuerdo y hasta se brinda por lo que les está pasando a Iglesias y a Montero porque, así de simple, se lo están haciendo a alguien que te cae como una patada en la nuez. O en otra parte. Y es política…
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