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Galicia plebiscitó su Estatuto un 28 de junio de 1936, bajo el fugaz mandato, como presidente del Gobierno republicano, del coruñés Santiago Casares Quiroga, y unas semanas antes de la sublevación militar que tendría como líder al general ferrolano Francisco Franco. A favor de aquel Estatuto, que no entra en vigor por causa de la guerra, hizo campaña un joven escritor galleguista, Álvaro Cunqueiro, el juglar sombrío, que dice el maestro Manuel Gregorio. Cunqueiro escondió luego su galleguismo político bajo el escudo protector de Falange, pero, en esos mismos años de postguerra, prestó servicio literario a una Galicia intemporal, inasible y mágica. A una lengua a través de la cual reconocerse y ser como pueblo. De allí salió un mundo propio, intocable y fantástico. Un mundo conservador.
El referéndum de 1936 sirvió para que, en la Transición, Galicia fuera considerada una nacionalidad histórica a efectos plenos. Galicia, a diferencia de Andalucía, no tuvo que plebiscitar su autonomía sino su Estatuto. Lo hizo el 21 de diciembre de 1980 y sin ninguna pasión. Apenas una cuarta parte de los gallegos votó. Galicia no hubiera superado el exigente proceso autonómico andaluz. Las primeras elecciones al Parlamento Gallego evidenciaron que la hegemonía política en esa nacionalidad era conservadora y antirrevolucionaria, es decir, como Cunqueiro. Ser gallego ha significado también, desde entonces, una forma particular de ser español.
Se suele decir que el genio literario gallego es intraducible, ya se exprese en castellano, como en Valle-Inclán, ya lo haga en gallego, como en Cunqueiro. No obstante, su música y su tiempo poliédrico preceden al genio hispánico del siglo, es decir, al realismo mágico. En ultramar, el genio político gallego determina también una época, una comprensión resiliente y dura del poder. Ya no es Franco, es Fidel, el Comandante. El que resiste gana, reza el lema heráldico del marquesado de Iría Flavia. Manuel Fraga resistió al romanticismo independentista y a lo turbio de su pasado, construyendo una Nación gallega en España. Sólo el gallego Rajoy ha resistido a Aznar, que ahí es nada. Que pueda hacerlo Feijóo, presidente de Galicia durante trece años, depende mucho del próximo 18F, aunque eso no es lo que importa. El 18F lo que está en juego es la viabilidad de un significante vacío: la España confederal. Sin el BNG en el gobierno de Galicia, lo confederal gravita en el territorio de la quimera. El resultado, como las desventuras del Sochantre cunqueiriano, es ahora azaroso, pero será determinante, especialmente para España.
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