Juan Domingo Santos/Arquitecto Y Profesor De La Escuela Técnica Superior De Arquitectura De Granada

Otra Granada es posible

¿Quién habló sólo de crisis económica? La crisis que padecemos es mucho más grave, de mayor calado y tiene que ver con los valores, con la idea que tenemos de la convivencia y de nuestro compromiso ético ante la sociedad.

28 de febrero 2012 - 15:04

Hoy más que nunca es necesario poner en entredicho los modelos con los que se ha venido actuando hasta ahora. Y sin embargo resulta llamativo cómo en estas circunstancias tan graves continuamos dejándonos arrastrar por las directrices de siempre, urdidas por los mismos, para beneficios de unos pocos, a espalda de las lógicas necesidades de una mayoría.

En Granada nos hemos acostumbrado a convivir con una ciudad que vemos crecer en la periferia sin la más mínima cualidad ni criterio de lo que significa intervenir sobre un paisaje y su historia. Pero algo está cambiando. La sociedad comienza a dar muestras de estar harta, cansada de esta manera arbitraria, tendenciosa y soez de construir las ciudades, los paisajes, el lugar en el que vivimos. En los últimos días hemos escuchado propuestas alocadas y fuera de toda lógica, urdidas entre promotores urbanísticos y responsables políticos, que podrían hurtarnos el derecho a construir una ciudad justa, humana y hecha a escala de todos. El debate sobre el futuro de la ciudad se reduce a ampliar metros cuadrados construidos, generar aprovechamientos urbanísticos desaforados y plusvalías económicas que nos producen vértigo. Y no, como debería de ser, en alimentar una arquitectura llena de valores, un urbanismo respetuoso, un uso racional de los recursos y una mejora en la calidad de vida de los granadinos.

La burbuja inmobiliaria de los últimos años ha contribuido a una crisis cuya salida no alcanzamos a vislumbrar. Y a pesar de que el diagnóstico quedó claro hace mucho tiempo hay quien aún se empeña en volver a recetar los mismos males. No acepto que mi ciudad, por la que tanto he trabajado, a la que tanto he defendido en mis proyectos y mis trabajos dentro y fuera de España, esté a merced de la especulación del suelo y el abandono.

Cuando era un estudiante de Arquitectura y viajaba cada semana a Sevilla contemplaba en mis viajes en tren la torre de una fábrica levantada a principios del siglo XX en el corazón de la Vega. Ahí comenzó mi historia de amor por un lugar que he convertido en el argumento principal de mi vida. Un día, hace veinticinco años, instalé en la torre mi estudio de arquitectura y comencé a proteger ese maravilloso espacio más de lo que me he protegido a mí en todos estos años. Mis proyectos han nacido aquí. Entre estas paredes he cumplido años y he madurado como persona y profesional. En este tiempo mis colaboradores y yo hemos convertido la fábrica de San Isidro en un centro cultural de primer orden. Por ella han pasado artistas, intelectuales de renombre, profesionales de contrastado mérito, estudiantes de escuelas de arquitectura de medio mundo y responsables públicos sensibles a la necesidad que nuestra sociedad tiene de proteger patrimonios de esta naturaleza.

Por eso cuando leo en la prensa que existen proyectos para traer hasta este espacio en la vega la estación del AVE o se habla de la intención de recalificar estos terrenos con una edificabilidad desorbitada, me entra una profunda preocupación por el futuro de un lugar que Granada no puede permitirse el lujo de perder. La fábrica azucarera de San Isidro y su entorno constituyen un patrimonio de indudable valor. Un espacio que requiere ser estudiado con la seriedad y la sensibilidad necesarias a fin de determinar su capacidad para integrar nuevos usos y en qué medida afectan al paisaje de este singular contexto.

La Vega, el espacio que tanto deberíamos de proteger, vuelve a estar amenazada una vez más por un proyecto que la mayor parte de los granadinos no ve con buenos ojos. ¿Una estación a más de cuatro kilómetros del céntrico lugar que en la actualidad ocupa? ¿Para qué? ¿Por qué? Y sobre todo: ¿A quién beneficia? ¿Qué se esconde, en realidad, detrás de esta descabellada propuesta? ¿Una recalificación salvaje del territorio, un proyecto descomunal, ilógico y fuera de toda escala que hundiría para siempre un paisaje tan hermoso y tan necesitado de protección como es el que rodea a la fábrica de San Isidro? Algo está claro. Somos muchos -cada día más- los que no queremos una Granada proyectada desde la ambición desmedida, la especulación y los intereses económicos de unos pocos.

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