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La semana ha estado marcada por la crisis diplomática entre España y Argentina, causada por los inaceptables insultos del estrafalario presidente argentino Javier Milei sobre Sánchez y su esposa durante un acto ultraderechista de Vox. Es anormal, sin duda, que el máximo representante de un país –sobre todo de un pueblo hermano como el argentino, con tantos vínculos e intereses comunes– agreda verbalmente al presidente de la nación que visita, rompiendo las mínimas normas de cortesía y educación. Pero al mismo tiempo que es inadmisible esta actitud, también es necesario recordar los orígenes de este resquemor del atrabiliario personaje, descalificado por ministros y ministras y por el propio Sánchez, desde sugerir que consumía drogas a situarlo en la órbita fascista que prodiga Sánchez. Descalificaciones impropias de la responsabilidad exigible a miembros del gobierno que no son meros tertulianos que expresan libremente su opinión, sino representantes de un Estado. Una cosa es crear conflictos internos y otra, muy distinta, originarlos en el exterior.
Son absolutamente reprobables las palabras de Milei, pero parece desmesurada retirar a la embajadora en Argentina sine die, como anticipo de otras acciones más duras. Sánchez ha cometido un error al situar en el frente belicoso a su esposa, ocupando las portadas de periódicos de medio mundo. Y en el caso del conflicto con Argentina es ridículo colocarla en el capítulo de las ‘instituciones’ agraviadas por Milei. No puede convertirse doña Begoña en otra Helena de Troya. Ni incluso el propio Sánchez puede considerar que cuando se le insulta se esté insultando a un país, porque él mismo ha reconocido que sus opiniones y las de sus miembros de su gobierno contra Milei no van contra el pueblo argentino.
Hay matices que no deben pasar inadvertidos, a nivel nacional: cuando independentistas catalanes queman fotos del Rey –que sí es el máximo representante del Estado– no se ofende a ese Estado ni cuando otro payaso, como Puigdemont, ataca a la Justicia y al resto de instituciones, no sólo no se le censura, sino que se acata la exigencia de exoneraciones de delitos, incluida la amnistía. Podrá decirse que esos ataques institucionales son internos y los del ultra Milei –merecedores de la repulsa de todos– son de otro país, por muy hermano que sea.
En cualquier caso es grotesco este tango que están bailando, bien agarrados, Milei y Sánchez por el honor de una dama. Ni siquiera le falta la letra, porque el ritmo arrabalero está bien marcado, en un delirante baile contra la fraternidad de dos países hermanos.
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