Óscar Barroso

Hábitos ecocidas

Claros del bosque

La gran amenaza ecocida está en una actitud y una forma de vida que nos atraviesa como individuos

Desde el pasado mes de junio contamos con una definición jurídica que permite la tipificación del ecocidio como delito: "La destrucción extensa o la pérdida de ecosistemas de un territorio concreto, normalmente deliberada y masiva, bien por medios humanos u otras causas. Como consecuencia, la existencia de los habitantes de ese territorio se ve severamente amenazada". A partir de aquí, podemos ser optimistas a la hora de pensar que el ecocidio acabará por incorporarse como un nuevo crimen de lesa humanidad en la Corte Penal Internacional.

Aunque esta es una gran noticia, también actúa como un peligroso velo: oculta nuestra responsabilidad y exonera nuestra culpa, trasladándolas al Otro, más concretamente, a las grandes empresas y sus malas prácticas.

No deja de ser cierto que tales crímenes contra el planeta son los más visibles. El lector entrado en años recordará ejemplos tan cercanos como los desastres ecológicos producidos en Doñana por la rotura de la balsa minera de Aznalcóllar o en la costa gallega a causa del hundimiento del Prestige. Pero si queremos comprender el ecocidio en su verdadera y más urgente dimensión, es decir, como la posibilidad efectiva de la aniquilación de la vida en el planeta Tierra, hemos de prestar atención no sólo a estos grandes y horrendos crímenes, sino también a nuestras acciones cotidianas. La gran amenaza ecocida está en una actitud y una forma de vida que nos atraviesa como individuos.

De nuevo aquí surge la tentación de escurrir el bulto: al fin y al cabo, detrás de nuestras formas de vida, hoy prácticamente reductibles a hábitos de consumo, se encuentran los intereses del Capital. Así, de forma infantil y perezosa, concluimos que es este ser indefinido, en vez de cada uno de nosotros, el responsable último de la monótona inercia que nos empuja día tras día a un abismo que gran parte de la humanidad vive como destino distópico insalvable y que paradójicamente, en tanto que tal, nos impele al aumento compulsivo de las prácticas ecocidas.

Kant escribía en 1784 que "la Ilustración es la salida del hombre de su condición de menor de edad de la cual él mismo es culpable". Todo parece indicar que, en relación con la responsabilidad hacia la tierra que posibilita nuestra existencia, los seres humanos seguimos siendo hombres de las cavernas.

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