La Rayuela
Lola Quero
Nadal ya no es de este tiempo
Mirada alrededor
Parece que, tras la vuelta de las vacaciones de Semana Santa, las sesiones del Congreso de los Diputados se han tranquilizado, aunque en el Senado se haya abierto otro frente sobre el asunto de la Amnistía que redactaron prácticamente los propios amnistiados, al precio que está pagando Pedro Sánchez para mantenerse en el poder, su único fin y de los que viven a su sombra. Por eso hay que agradecer, a los que no intentan engañar con sus propósitos, es decir a los independentistas, su sinceridad cuando, como en el caso de Pere Aragonès en el Senado, proclaman su triunfo al haber logrado la Amnistía de un gobierno que la negaba hasta el último momento –en el habitual engaño contumaz de su presidente– y señalar que el paso siguiente será el referéndum de autodeterminación.
Es triste decirlo, pero en los agrios y a veces histéricos debates de las Cámaras, los únicos que dicen la verdad son los independentistas. Sus propósitos son viejos, pero son sus señas de identidad. Que estén haciendo el uso de la oportunidad histórica que les da el gobierno sanchista, de aceptar lo que le pidan, para mantenerse en el poder, no es en modo alguno censurable. A quién hay que censurar es a quienes les permiten este chantaje al Estado y al resto de la nación. En ninguna democracia, con un Estado de Derecho firme, es concebible que los delincuentes reformen el Código Penal, eliminando los delitos que les afecten –en este caso los de sedición o malversación, y las posibles de formas de terrorismo contemplado en los mismos– o que, por su condición, puedan obtener para sus territorios privilegios económicos, sociales o territoriales, haciendo añicos la solidaridad nacional y hasta la misma “indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles”, según la propia Constitución. Si los independentistas se obstinan en repetir sus fechorías, reincidirán en sus delitos y el gobierno central que lo admita por obscenos intereses personales incurrirá, también, en otra grave deslealtad contra el Estado. Esperemos que la ceguera narcisista de don Pedro no le lleve a este extremo.
Seamos claros: en el Parlamento se debe buscar sólo la verdad, dejando a un lado los grotescos histerismos tan frecuentes, para apoyar insultos y descalificaciones recíprocas y ocultar a la ciudadanía los verdaderos problemas. En los parlamentos se refleja no ya la catadura moral y ética de sus señorías, sino también su altura o mediocridad intelectual, si es que saben su significado los padres y madres de la patria, aunque a la mayoría los hemos elegido sólo para aplaudir las peroratas del jefe de su tribu.
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