La Rayuela
Lola Quero
Nadal ya no es de este tiempo
QUÉ razón tiene el dicho que sentencia que "la fama es efímera". Los logros de hoy caerán en el olvido mañana, y nada, salvo quizás el reconocimiento periodístico a aquellos que lo merezcan, puede evitarlo. Pues bien, hoy le dedicamos esta columna a alguien que no sólo lo merece, sino que además ha caminado por este mundo rodeado siempre de una gran humildad.
Juan Alfonso García celebra este año cincuenta años como organista de la Catedral de Granada, un cargo que ha desempeñado durante todo este tiempo con gran eficiencia y espiritualidad. Su labor interpretativa se ha visto completada, además, con una extensa producción compositiva, que lamentamos no haya tenido la merecida difusión. Pero los que hemos podido conocer su música para órgano o su música vocal hemos recabado en una verdad suprema: la enorme calidad de la producción de Juan Alfonso García y su grandeza como persona. Todos somos humanos, pero la humanidad en el genio dignifica la persona y se convierte en expresión sublime de agradecimiento y entrega.
Vivimos en la sociedad del instante, de lo inmediato. La actualidad es el mayor engaño del siglo XXI; la permanencia de las noticias en la memoria es inversamente proporcional a la velocidad con que éstas se transmiten, pasando entonces a engrosar la extensa masa informe del recuerdo. En el caso de la música, es doblemente importante esta labor de reconocimiento, ya que a lo fugaz de la comunicación se une el hecho de que éste es un arte en sí efímero también. Por este motivo es necesario rendir homenaje a aquellas figuras de nuestra música que han destacado por su obra.
En esta línea, el Festival entrega hoy su medalla de honor a Juan Alfonso García, y nosotros queremos unirnos a esta celebración. Además, la semana pasada varios coros de la ciudad interpretaron una selección de la rica obra vocal del compositor, y esta tarde Inmaculada Ferro interpretará en la Catedral Epiclesis, una de las obras más sorprendentes de las escritas para órgano en la segunda mitad del siglo XX. Quizás este sea el mejor homenaje que se le puede hacer a este hombre, discreto en su personalidad pero magistral en su creación: hacer sonar su música.
Que resuenen las voces, que las teclas de los órganos de la Catedral, que tantas veces han sentido su tacto, se inclinen hoy en señal de respeto. Que suene su música, don Juan Alfonso.
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