La esquina
José Aguilar
¿Tiene pruebas Aldama?
¡Oh, Fabio!
España sufre un exceso de geografía e historia. No existe lugar, aldea, villar o ciudad que no guarde en los fondos de sus arcones un privilegio rodado, un fuero, un bronce jurídico romano o una estela de indescifrables paleografías con la prueba irrefutable de que allí se encuentra el centro del mundo. En gran medida, nuestro país sigue respondiendo a ese desaforado mapa de los pueblos prerromanos con nombres de extraña comicidad (túrdulos, bástulos, várdulos…) cuyos ecos, aunque ya muy debilitados, han sobrevivido a los diferentes intentos uniformadores: Roma, Castilla, revolución liberal… Sólo así se comprende nuestra indómita alma cantonal que nos empuja al conflicto territorial continuo, tanto en sus formas más exageradas y dramáticas (el procés o el País Vasco), como en sus versiones más irrelevantes de pedanías y villorrios. Para intentar superar esta tendencia a la atomización, la generación del 78 articuló el sistema de las Autonomías, que si bien no era perfecto sí permitía un beneficioso compromiso entre unidad y diversidad. Pero la Constitución del 78 omitió un asunto fundamental: el listado y composición de las comunidades autónomas y nacionalidades que componen España. Esto, que hace unos años era irrelevante, puede ser una fuente de problemas importantes en un futuro no muy lejano. De hecho, el grito de independencia y anticastellano de León, que algunos se han tomado muy ligeramente en broma, no es más que un avance de los conflictos territoriales que pueden surgir en el futuro y que van mucho más allá de Vasconia o Cataluña. Toda construcción de un mapa político genera descontentos y damnificados que, tarde o temprano, salen a la luz. Como decíamos, los padres de la Constitución dejaron pendiente el listado de las autonomías y lo confiaron a la propia praxis política de aquellos años en los que imperaba la voluntad de entendimiento, tan lejos de los actuales. España es hoy un cuerpo del que se desconoce cuántos órganos vitales tiene, de ahí este incesante goteo de conflictos de lindes. Hoy es León, pero mañana puede ser Segovia, Andalucía Oriental, el Campo de Gibraltar, Rincón de Ameduz, Petilla de Aragón o cualquiera de esas tierras desubicadas de las que nos habla Sergio del Molino en Lugares fuera de sitio. Muchos piden una reforma constitucional para cerrar el listado. ¿Quién se atrevería en estos momentos en los que el cambio de una coma de la Carta Magna puede abrir un conflicto de gran calado? Y, sin embargo, es necesario. España, otra vez, está en el laberinto.
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