
Cambio de sentido
Carmen Camacho
Ritual
La tribuna
EL que fuera el mayor territorio de la Metrópoli hispánica en América, el de la Nueva España, conforme tomó conciencia de nación independiente se lanzó a conseguirlo. Entre el 16 de septiembre de 1810 con el afamado "Grito de Dolores", los municipios mexicanos más relevantes alzan la voz de la madurez y, hasta el final de la contienda en 1821, el proceso criollo no consigue la alta meta de hacer del país un nueva nación que fija en los símbolos incluidos en su bandera nacional al águila y el nopal como un icono de la ascendencia azteca precolombina. El deseo del nuevo Estado norteamericano por afianzar en sus orígenes una historia anterior a la arribada de Hernán Cortés se enlaza con su realidad independentista donde la herencia hispana, una vez rota la cadena colonial, igualmente retoma su espíritu con un español americano en su lengua y una identidad social, cultural y política similar a la española. Y eso que España hasta 1836, a la muerte de Fernando VII, no le reconoció a México su independencia.
Con revueltas internas, convulsas demarcaciones y efímeras denominaciones, la República de México como tal inicia su andadura afianzando su identidad a la par que la extensión de los anglosajones desde el Este de América del Norte hacia el Oeste chocaba con los territorios que el nuevo México heredaba de la Nueva España que colonizó todo el Oeste desde Oregón (Aragón) hasta California, Utah, Nuevo Méjico, Arizona, Colorado y Texas, unos territorios vastos pero que la corona española afianzó con su política de entendimiento y cooperación con las naciones indias amistosas extendiéndose con los franciscanos en poblaciones nuevas donde la iglesia y el fuerte eran custodiados por los famosos "dragones de cuera". La continua marcha colonizadora de los herederos del Mayflower que en 1620 procedentes de Britania desembarcaran en el norte de los actuales EEUU colonizando con su credo puritano atado espiritualmente a las visiones mesiánicas de Oliver Cronwell, unido a la revolución local contra la Metrópoli británica destacada por el deseo yankee de liberarse del Imperio Británico, iba a chocar de frente con el nuevo México.
La guerra expansionista en la ambición de Washington por llegar al Pacífico y toparse con un México que en su maduración como Estado tardaba fruto de sus situaciones internas en dominar unos territorios que iban desde el mar Caribe y el océano Atlántico por el Este y hasta el océano Pacífico (el antiguo Lago Español) por el Oeste, fraguó una guerra desigual que los anglosajones embutidos en su espíritu conquistador apoyado en su Biblia mesiánica y militante logran ganar primero contra México la guerra y luego también contra las naciones indias autóctonas insertas en la región, que administraba España desde su arribada a la Florida en los primeros años de la conquista de América Central y del Norte.
El llamado Tratado de Paz, Amistad, Límites y Arreglo Definitivo entre los Estados Unidos Mexicanos y los Estados Unidos de América, suscrito el 2 de febrero de 1848 entre México DF y Washington DC, denominado en mínimos Tratado de Guadalupe Hidalgo (Treaty of Guadalupe Hidalgo) se ratificó igualmente por ambos Estados norteamericanos el 30 de mayo de ese mismo año. Pero la afrenta imperialista del "gringo" desde entonces está, como el águila en el nopal de la bandera mexicana, anclado en el "debe" que USA ocasionó robándole en este "acuerdo" a la República de México la mitad de su antiguo territorio nacional. Y eso no desaparece del sentimiento del país que acata pero no renuncia a lo que desde los tiempos de dominio colonial español en aquellas tierras heredaron de la misma.
Quizá para aproximarse a la presente actuación política y sobredimensionada del candidato ultraconservador anglosajón Donald Trump a propósito de México y donde amenaza al país para que se "autoconstruya" un muro divisorio entre los límites fronterizos del mencionado tratado entre ambos países, esconda también el mesianismo bíblico heredado de Cronwell de humillar a México para recordarle que los límites de la firma del Tratado Guadalupe Hidalgo no tiene revisión posible, sólo remisión del mismo. Pese a esta posición del candidato Trump lo cierto es que la inmigración de habla hispana a USA obedece al interés del país para dotarse de la mano necesaria para sostener su economía. Pese a esta realidad lo cierto es que el idioma español representado por los cerca de 50 millones de hispanohablantes residentes en EEUU dota a éstos de una importancia electoral impensable en tiempos del acuerdo ya mencionado. Lo cierto es que conforme se estructuren y organicen los chicanos y sus hermanos hispanos en grupos de presión similares a los existentes del lobby judío o afroamericano, el sistema puritano norteamericano deberá contar con ellos también como fuerza determinante para regir los destinos USA para su inmediato futuro. Quizá eso es por lo que el señor Trump mantiene su "mexicofobia", extensible a su "hispanofobia" olvidando que su tótem presidido por el puritanismo radical de los cronwelianos del Mayflower es un camino que no lleva al siglo XXI. Pero los Estados Unidos Mexicanos de hoy, pese a todas sus dificultades y retos, sin embargo camina seguro de su identidad nacional tanto como de su espíritu multicultural donde enlaza y restaña lo que los radicalismos mesiánicos destruyen y amenazan. Tal día como hoy, un 16 de septiembre de 1810, México inició su andadura como Estado moderno e independiente con el famoso "Grito de Dolores", un grito que aún resuena en los ecos de sus héroes y por ello hoy es su Fiesta Nacional. Felicidades.
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