Su propio afán
Enrique García-Máiquez
Niño-Dios de esta noche
Cambia, todo cambia
EL 7 de julio fallecía Manuel, el último inquilino de la Casa del Aire. Había sido protagonista involuntario de la resistencia ciudadana contra las garras de la especulación inmobiliaria. Él hubiera preferido permanecer en su casa tranquilo como todo el mundo, pero en algún momento la economía sin escrúpulos puso su Ojo de Sauron en el hogar que habitaba, en su comunidad. El barrio en el que había crecido se convertía en una suerte de parque temático al tiempo que edificios de un enorme valor patrimonial, como la propia Casa del Aire, se dejaban caer para expulsar a sus inquilinos y favorecer el beneficio a corto plazo de quienes entienden la vivienda como un bien de inversión (o de extorsión) en lugar de como un derecho fundamental.
Esta primavera llevé al alumnado de Ingeniería de la Edificación a conocer in situ la muerte y la vida de Granada, como diría Jane Jacobs para describir el proceso de degradación continuada que está sufriendo el barrio. Dos representantes de la Asociación de Vecinos del Bajo Albaicín (Lola Boloix y Juan Antonio Sánchez) nos explicaron la expulsión de la mayoría de la población por la "gentrificación" del barrio, es decir, su conversión en un lugar apto sólo para rentas altas. Por si fuera poco, a lo largo de este proceso también comienza otro que ahora mismo está en pleno apogeo: la transformación del Albaicín en parque temático a través del predominio indiscutible de la función turística sobre cualquier otra función del espacio urbano, algo que empieza a afectar también al resto del centro histórico. Finalmente, el resultado es que la población real del barrio ha disminuido considerablemente, dejando sus calles sin vida, sin comunidad y haciendo que los granadinos estemos perdiendo otro fragmento más de nuestra identidad.
Tanto Manuel como Lola y Vincent son ejemplos de que las políticas públicas no han respondido a las necesidades ciudadanas: la utilización de los planes de mejora para el ámbito turístico olvidando a las familias que habitan el barrio, un urbanismo muy estricto para algunas cosas y muy flexible cuando se trata de favorecer el negocio inmobiliario de unos pocos, o una gestión de los servicios públicos pensada para el turismo en lugar de para favorecer a la población local, como ha ocurrido con el transporte colectivo.
La esperanza está en la energía cívica. Pese a las trabas administrativas, padres y madres del Colegio Público Gómez Moreno han generado empleo en el barrio (y en la Vega) gestionando directamente el único comedor ecológico de Granada. Proyectos así podrían florecer en el Albaicín con el apoyo de la Administración. Apostemos por la vida.
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