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Cada vez que prometen que van a subir los impuestos a los ricos, echo mano a la cartera. "Ji, ji", se reirán los progresistas, pensando "qué se habrá pensado éste". En la modestia de mis comedidos medios, tengo mis motivos. Primero, que lo que no quiero para mí, no lo quiero para nadie, aunque el pobre sea rico. Segundo, que el dinero de los ricos es más eficaz para crear empleo y prosperidad en sus manos que en las de los que piensan que el dinero público, chiqui, es poco y no es de nadie. Tercero, que los impuestos serán para los ricos, pero los pagaremos nosotros. Véase el IVA que sopesan subir al pan, la fruta, ¡la leche!
Ya que a medio plazo la clase media tributa como ricos, nos urge encontrar también paraísos fiscales. Pero si hasta Gibraltar nos pilla lejos, ¿dónde caerán las Islas Vírgenes y las Barbudas? Los nuevos ricos ficticios hemos de buscar paraísos fiscales imaginarios.
El poeta Ángel González escribió un Inventario de lugares propicios al amor en tiempos en que la presión fiscal era inexistente. Ahora urge un Inventario de actividades exentas de fiscalidad. Sobre todo, el amor. Y hay muchas más.
Por ejemplo, el IVA lo paga el libro físico, pero leer buenísima literatura está exento fiscalmente, ¡con lo que nos enriquece! Oír a Mozart no paga más impuestos que oír rap. Se puede dejar a los hijos una completa cosmovisión sin que los inspectores de Hacienda caigan en la cuenta sucesoria. Todavía no hay impuesto de lujo para la joya más pura, que es la jovialidad. A mismo nivel de renta y consumo, un amargado paga igual que un jubiloso. Y eso sin entrar en consideraciones más complicadas (que analizaré en mi manual Paraísos fiscales para gente corriente) como que quien está contento necesita consumir menos que quien tiene en la boca del alma un vacío metafísico.
El agua corriente paga impuestos, pero no la caricia de sirena que es el agua del mar cuando te tiras de cabeza. El aire se escurre a los tributos. Y el calor del sol. Y el fresco de la noche de verano. Y una conversación con un amigo. En el fondo, todo paraíso verdadero lo es, además, fiscal. Los epicúreos tuvieron siempre el noble propósito de disfrutar de la vida al máximo; nosotros lo hacemos con el añadido del trepidante placer subversivo de esquivar impuestos, como bajando un eslalon tributario gigante a una velocidad de vértigo en este tiempo hostil, propicio al hecho impositivo.
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