El lanzador de cuchillos
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LA Alhambra celebra este fin de semana el treinta aniversario de su declaración como Patrimonio de la Humanidad. El Albaicín suma veinte. La Alpujarra quería empezar ahora. La primera pregunta que podríamos hacernos en todos los casos es una: ¿para qué? El monumento nazarí tal vez sea uno de los ejemplos más sólidos a nivel mundial sobre los beneficios que supone reconocer y proteger un bien, aplicar estrictos criterios de eficiencia e innovación en la gestión y contar con un plan de inversiones estable y suficiente. El amplio informe que hoy publicamos con motivo de las jornadas de puertas abiertas que ha organizado el Patronato da una idea de dónde estábamos hace tres décadas, de la posición internacional de referencia que ha sabido ocupar la Alhambra y del horizonte que ya está diseñado.
El Albaicín representa justo lo contrario. El expediente se 'coló' en los años 90 en la Lista de la Unesco pero su declaración se ha convertido en un lastre para los vecinos, para las administraciones y hasta para la Alhambra que está sometida a una constante presión para que 'tire' del proyecto y asuma una responsabilidad de inversión y de planificación que excede claramente sus competencias. Mientras, el barrio morisco languidece transmutado en un parque temático para turistas con unos vecinos reducidos a actores secundarios y unas administraciones incapaces de impulsar un plan especial de protección y desarrollo ambicioso que responda a las necesidades reales de una población cada vez más acosada por los intereses especulativos.
La Alpujarra se ha convertido esta semana en un símbolo del despropósito, de esa Granada que parece disfrutar dinamitándose desde dentro. Hubiera sido un debate apasionante plantear los retos que supone proteger un paisaje natural tan complejo, cómo conjugar los intereses de los pueblos con el impacto que la declaración tendría en el turismo, cómo convertir el 'sello mundial' en una oportunidad de desarrollo para la comarca y no en un nuevo quebradero de cabeza para vecinos y ayuntamientos. Y todo ello con un doble condicionante: por un lado, el suplicio y las restricciones que ya ha supuesto para la población la protección como BIC del Barranco de Poqueira y el Sitio Histórico de la Alpujarra Media y La Tahá -para cambiar un cuarto de baño, por ejemplo, hay que venir a la capital, pedir permiso a Cultura y esperar cuatro o cinco meses hasta que informa la Comisión de Patrimonio-; por otro lado, el esfuerzo que la declaración de la Unesco implicaría para la gestión local al obligar a desarrollar planes especiales propios de protección y, consecuentemente, destinar importantes fondos. No olvidemos que el marchamo del Patrimonio Mundial es un elemento muy poderoso para la promoción turística, para "situar la Alpujarra en el mapa", pero ni protege nada de por sí ni conlleva una línea directa de inversión.
Lamentablemente, no son los desafíos de la gestión urbana y cultural los que marcan el debate sino la política. Hace treinta meses que la Diputación impulsó el proyecto y han bastado unos cuantos días para torpedearlo. El consejero de Cultura de la Junta, Luciano Alonso, lanzó ayer el balón al Ministerio. Dijo desconocer por qué no se ha incluido el expediente de la Alpujarra en el orden del día del Consejo de Patrimonio Histórico de la próxima semana y recordó que un requisito fundamental es el "consenso", tanto institucional como de la sociedad civil.
Sebastián Pérez ya anticipó hace unos días otra 'jugada': es una operación de derribo del PSOE provincial para evitar que los populares, que la propia Diputación, se anote un éxito de tal calado a tan pocos meses de las municipales. A nivel regional también se han hecho los cálculos y parece más rentable hacer un guiño a Córdoba que a Granada. Medina Azahara, como antes ocurrió con los dólmenes de Antequera, nos ha pasado por encima. Si los elementos técnicos, la oportunidad del expediente y las expectativas de apoyo hubieran sido lo realmente determinante, la Alpujarra estaría en la Lista Indicativa, conscientes todos del compromiso expreso del Gobierno de Rajoy de empujar el expediente para su aprobación final por la Unesco.
Así, sólo una sorpresa de última hora en las sesiones que se celebran lunes y martes en Lanzarote podría revitalizar el expediente. Nadie cuenta con ello: han pesado más los cálculos electorales; la política ha herido de muerte el proyecto. Es verdad que la candidatura nació hace tres veranos como una iniciativa personal del presidente de la Diputación y también es verdad que se había impulsado como uno de los proyectos bandera de su mandato, pero en el camino se ha abierto a la discusión y el debate, se ha sumado la Universidad, se ha puesto al frente del expediente el rector, el documento se ha dejado en manos de los técnicos y se ha modificado para incorporar todas las recomendaciones de la propia Junta, del Gobierno y de Icomos. Si de competir con Medina Azahara se trata, la falta de consenso se ha impuesto como debilidad insuperable, pero la propuesta de Granada es mucho más excepcional y con unos valores universales que conectan mucho mejor con los tipos de bienes que la Unesco quiere promover en estos momentos. Y con un expediente terminado…
Queda, por supuesto, mucho que trabajar y explicar, muchas aristas que limar y muchas legítimas incertidumbres que resolver, pero la 'rebelión' de esta semana en la comarca ha parecido más un teatro orquestado de confrontación que un conflicto real. El diputado de Turismo se ha proclamado víctima, pero lo ha sido por deméritos propios. Sólo lanzo una pregunta: si en los últimos meses ha estado de viaje con el Patronato Provincial en Dubai, Miami, Tokio, Buenos Aires, Londres... ¿cuándo se ha dedicado a poner orden en su casa? ¿a evitar la supuesta "intoxicación" y "manipulación" impidiendo que hasta los suyos se sumaran a las mociones en contra de la candidatura?
El propio subdelegado del Gobierno, Santiago Pérez (PP), habló esta semana de "fallos" en la gestión de la Diputación y ni el alcalde de la capital ha eludido el tema lamentando la "falta de altura de miras de todos". Puestos a defender el patrimonio y dar ejemplo, también a la Junta podríamos pedirle que mirase en 'casa' y explique algún día por qué se eliminó la Oficina de Rehabilitación del Albaicín y por qué nunca se ha puesto en marcha la Oficina de Cultura que se prometió para la Alpujarra para agilizar los trámites de los BIC y dar una respuesta cercana a los vecinos.
En julio de 2003, con repique de campanas y cohetes, recibieron los vecinos de Úbeda y Baeza la declaración de Patrimonio de la Humanidad tras más de una década de espera. Cuando los técnicos de la Unesco visitaron las ciudades para evaluar el expediente, yo trabajaba como periodista en Jaén. Recuerdo aquellos días con tantos nervios como cuando pasé la Selectividad. Todo el pueblo, todos los partidos, todos los colectivos lo vivieron con la misma intensidad. Era un clamor popular. No veo a la Alpujarra con pancartas apoyando la candidatura pero entristece ver la oscuridad con que está a punto de morir, antes de terminar de nacer, lo que pudo ser un sueño colectivo y un estímulo para una comarca tan sometida al olvido.
Y sí, una vez más, pasa en Granada.
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