Notas al margen
David Fernández
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Fue en diciembre de 1976, en el que fuera I Congreso de Historia de Andalucía, que luego se materializó en nueve volúmenes que ofrecieron el corpus bibliográfico más abultado en artículos científicos, sobre historia de esta región española, hasta esa fecha. La celebración –itinerante en las entonces únicas cuatro universidades existentes: Sevilla, Córdoba, Málaga y Granada– había nacido en el magín portentoso del profesor José Manuel Cuenca Toribio y estuvo secundado por centenares de profesores y alumnos, entre los que, con apenas veinte años, estuvo un servidor, con los oídos bien afinados escuchando viva voce a eminentes maestros e investigadores de fama internacional, a los que, hasta esos días, sólo había conocido a través de sus textos.
Paralelamente se habían organizado una muy diversa y nutrida serie de actividades, fuera de horario lectivo, entre las que me pareció destacar el estreno de una “ópera flamenca”, muestra musical de la que pocas nociones se tenían, pues esas manifestaciones culturales estaban, por aquellas fechas, recién inventadas aún. De esa obra, con música, cante, baile, poesía social, denuncia de injusticias históricas y presentes y desbordante escenografía, puramente flamenca, que se presentó bajo el título de Camelamos naquerar–Queremos hablar, en traducción castellana del Caló o jerga gitana– era autor un joven gitano de Albuñuelas, bisoño y ya reluciente profesor de Literatura de la Universidad de Granada que, con apenas treinta años, ya le brillaba –y no poco– la pluma de poeta en la frondosa espesura de la lírica granadina.
Camelamos naquerar se estrenó –después de una “premier” en Granada– con un lleno absoluto de público expectante, el 17 de diciembre, en el auditorio de los Colegios Mayores de la Caja de Ahorros de Córdoba, y atravesó, entre enfervorecidos aplausos, muchos escenarios y llegó hasta el París, otrora revolucionario, aún exultante de sentido de la justicia y la equidad, renovados en el Mayo del 68. Quizás por eso se tejió, luego, casi tres decenios transcurridos, una tela de falso hilo de envidiosas arañas, trampa traidora para inculpar, falsamente, a Pepe Heredia de un robo famoso con el que nada tuvo que ver, pero fue ocasión para que las ratas negras y despreciables de la envidia y el vilipendio racista pateasen a placer su merecida buena fama de hombre bueno y ejemplar y joven sabio.
Y ese oprobio injusto fue, después, poco después, la causa de su profunda tristeza y pronta muerte. Tuve la suerte de conocerlo después de aquel congreso. Desde el estreno del Camelamos naquerar y más tarde la Macama jonda–reunión en la verdad– y sus libros como Penar ocono y los otros. Yo creo que Pepe Heredia; que no puede dedicarse autobombo alguno; está pendiente de un gran y sincero homenaje porque, sin fisuras, fue “Un gitano de ley” ¿O no?
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