El lanzador de cuchillos
Martín Domingo
¡Boom!
Nunca quise ser periodista. Siempre intuí lo difícil que debía ser a diario discernir opinión e ideología, noticia de investigación. Lo que antes era "línea editorial", ahora parece un rastro de ventas al mejor postor. En algún lado del manual de buen periodismo, deben aparecer obligaciones esenciales: contrastar noticias, comprobar la veracidad de las fuentes… vamos, lo que se dice hurgar en la herida, (que no es otra cosa que contrastar y comprobar). No vaya a ser que la noticia la invente el frutero de mi esquina. O un empresario con necesidad de sacar partido a su negocio. O alguien que sólo pretende ideologizar, con el sesgo que le sea útil a sus réditos políticos, la sociedad en que vivimos.
Confieso que desearía recuperar tiempos de papel donde abrir páginas suponía, sin más, conocer la realidad. O al menos, eso imaginábamos. De ahí, hemos pasado al permanente sentimiento de engaño. Y esto, en una sociedad que necesita dosis de credibilidad, no es sano. La pérdida de objetividad y veracidad del periodismo es uno de los males de nuestra época reciente. Y esta sociedad de la información sobrevive porque representa el control del acceso al poder. Y el control, al menos eso creen los políticos, se compra con dinero. Es hasta fácil. Ha cambiado el soporte tecnológico, pero no el control ideológico que representa su dominio. Nadie lo discute ya.
Decía Vargas Llosa que "la función del periodismo en este tiempo, o, al menos, en esta sociedad, no era informar, sino hacer desaparecer toda forma de discernimiento entre la mentira y la verdad, sustituir la realidad por una ficción en la que se manifestaba la oceánica masa de complejos". Quizá por ello, procuro recrearme y mirar el periodismo del próximo decenio, aguardando que, además de opinión subjetiva, devuelva un periodismo bajo la rigurosidad que siempre abanderó esta apasionante profesión: informar e investigar. Necesitamos un periodismo consciente del efecto que su trabajo provoca y la responsabilidad social que conlleva su ejercicio. Y quien no lo vea así, debiera replantearse su profesión de periodista y adoptar la de líder de opinión.
Al fin y al cabo, lo que dicen, expresan o informan es lo que, al final, conocemos. Y de ellos, de su veracidad, transparencia y honestidad depende que el mundo que nos muestran sea el verdadero. Lo dice un simple, subjetivo y aficionado opinador…
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