Postrimerías
Ignacio F. Garmendia
Por libre
Cuchillo sin filo
SIEMPRE tiene que haber alguien para contarlo. Allí, en ese tren de la muerte, viajaba un periodista. Enrique Beotas. Se llevó la exclusiva a la tumba. En un aula masificada era difícil destacar, pero él no pasaba desapercibido. Éramos compañeros de clase en aquel curso 74-75 de primero de carrera en Ciencias de la Información. La misma clase de los burgaleses Alejandro Alcalde, que después sería corresponsal de Radio Nacional de España en París y en Roma, y Arsenio Escolar, ahora prolífico contertulio, entonces padre flamante de un bebé que hoy es el periodista Nacho Escolar. La clase de Javier Bermejo, presidente de la Asociación de Periodistas Deportivos de Andalucía, animador del equipo de fútbol en el que contábamos con dos tipos, un orensano de Celanova, y otro de Melilla, que parecían figurantes de Evasión o victoria, equipo en el que jugaba Agustín Castellote, que creció en la radio deportiva bajo el magisterio de García. Una clase con mayoría de féminas, incluida Mary Francis, actriz de aquel cine incipiente de la tercera vía, que también respondía al nombre de Paca Gabaldón.
Hace casi cuarenta años de aquello. A Beotas le perdí la pista, no así a su voz. No he dejado de escucharlo. La última vez, no hace ni dos semanas, en Radio 5 Todo Noticias. El último destino de La Rebotica, un programa de consejos médicos y curiosidades culturales con el que se movía por toda España como Lorca con La Barraca. Heredero de aquel periodismo científico del que fue pionero Manuel Calvo Hernando, Beotas siempre encontraba acomodo para su Rebotica, lo cual habla de la bondad de sus contenidos. Un programa que pasó por la Ser, Onda Cero, la Cope, Canal Sur, Punto Radio y recientemente por Radio 5. En plena apoteosis del insulto y el vituperio, Enrique Beotas representa el eslabón perdido del periodismo amable. Por eso a su abigarrada legión de oyentes le habrá chocado que su última historia haya tenido lugar a ciento noventa kilómetros por hora. Un periodista que nunca le metía prisa a sus invitados, que se gustaba en la suerte de una exposición pausada, con una selección musical que invitaba al baile lento, al slowly que Luis Eduardo Aute convirtió en una forma de vida. Con esa parsimonia del tren que yo cogía entonces en mi pueblo hasta Madrid y que paraba en estaciones que el frenesí borró del mapa: Argamasilla de Calatrava, Poblete, Caracuel, Malagón, Cinco Casas, Urda...
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