La Rayuela
Lola Quero
Nadal ya no es de este tiempo
Mar adentro
A finales de 2014, pocos días después de que Obama y Raúl Castro anunciaran el restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y Cuba, la artista plástica cubana Tania Bruguera convocó un performance en la llamada Plaza de la Revolución (hasta 1961 su nombre fue Plaza Cívica). Bajo el título de El Susurro de Tatlin # 6, la artista proponía entregar un micrófono durante 1 minuto a todos los cubanos que allí se reunieran para que expresaran su opinión sobre tan relevante acontecimiento. Como se conoce, el performance no sólo fue prohibido por el gobierno cubano, sino que la artista fue detenida, y retenida durante meses por el gobierno de la isla, sin permitírsele salir del país.
Hace apenas unos días, el Papa Francisco, mediador en las conversaciones entre Obama y Castro II, realizó su primera visita a La Habana, convirtiéndose en el tercer Papa que visita la isla, desde que lo hicieran Juan Pablo II en 1998 y años después, en 2012, Benedicto XVI. También como los anteriores pontífices, Francisco ha podido ofrecer una misa en la Plaza de la Revolución; y ha tenido una plaza llena de fieles y, de dirigentes políticos, y de ciudadanos "cumplidores", esos que se apuntan a cualquier acto en la Plaza porque saben que en ese país ir a la Plaza es siempre una de las mejores maneras de hacer méritos.
Dicen algunos que Cuba está cambiando. Y que sólo falta, para el final feliz de la isla, que Obama viaje, quizás en un par de meses, a Cuba y, como Francisco, ofrezca un discurso (o una misa) en esa emblemática plaza llamada de la Revolución. Pero quienes hemos nacido en Cuba, sabemos que falta aún muchísimo para el cambio en la isla. Sabemos que el cambio, el verdadero cambio, no ocurrirá en Cuba cuando Obama pueda hablar en la plaza de la Revolución, o cuando lo haga el Presidente del Fondo Monetario Internacional, el de la General Motors o el de la Coca Cola. Será cuando los discursos, las misas, los performances, transcurran en esa Plaza sin que lo decidan los de arriba. Cuando la Plaza vuelva a ser cívica y veamos en su tribuna a artistas como Tania Bruguera o al escritor Ángel Santiesteban; a disidentes como las Damas de Blanco, o a simples ciudadanos de a pie. Y es que el cambio, la verdadera revolución en Cuba, sólo ocurrirá cuando la isla, y la plaza, se abran, no al mundo ni a la Iglesia Católica ni a los Estados Unidos, sino a todos los cubanos.
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