Notas al margen
David Fernández
El problema del PSOE-A no es el candidato, es el discurso
Mirada alrededor
Era absurdo que Pedro Sánchez adquiriera el protagonismo en las elecciones municipales y ?autonómicas del pasado domingo, desairando a valiosos candidatos del PSOE que, por mucho que se esforzaran en proclamar sus proyectos y su trayectoria, la sombra omnipresente de Sánchez –con toda la rémora de sus pactos vergonzosos, su claudicación a los llamados, con razón, enemigos de España, ante los que ha cambiado hasta las leyes, y las patadas que ha tolerado a los principios del partido, incluso de ministras de su gobierno de coalición–, no era garantía de positivo apoyo, sino todo lo contrario. Su vanidad le hizo creer que su figura inclinaría la balanza electoral a favor de los candidatos, es decir de él. Mientras los incondicionales alababan esta estrategia presidencialista –apoyados en las encuestas del inefable Tezanos– los comentaristas independientes advertíamos del error y –lo que es peor– los candidatos lo sabían y temían, relegados en sus programas y propuestas, ser absorbidos por los ‘logros’ del jefe supremo. Hoy, seguramente, se sienten víctimas por pagar el precio de otro. La debacle socialista estaba servida y sólo se ha salvado de ella alguno que se atrevió a hacer frente a la absurda estrategia, caso de García Page en Castilla la Mancha. Por si fuera poco, las coaligadas Unidas Podemos han sufrido un varapalo descomunal hasta, incluso, desaparecer en algunas autonomías y ayuntamientos.
Aunque Sánchez siempre ha antepuesto sus intereses y ambiciones personales a los del partido, se ha visto obligado a convocar elecciones, para ver si consigue atraer al electorado progresista, al que ha traicionado, eligiendo para un segundo plebiscito el 23 de julio, en plenas vacaciones, donde el calor impide salir a la calle a los vulnerables, seguramente para evitar el aumento de electores que acudirían para rechazarlo. Sería morboso pensar que había elegido la fecha para castigar a los votantes que le han hecho pasar tan mal trago. También habrá intentado frenar la ola interna de socialistas, históricos o actuales, que creen que con don Pedro peligra el futuro del partido y sus señas de identidad. Su vanidad le ha impedido hacer una mínima autocrítica, aceptar su ocaso político y ha optado por culpar a oposición y votantes, de “derecha extrema y extrema derecha”, del desastre. Un demócrata al menos debería respetar la voz de las urnas.
Veremos si, al final de este ciclo, don Pedro no se convierte en el enterrador del PSOE, con la vieja estrategia de “Yo o el ?caos”, cuando el caos es él y sus socios. A estas alturas manosear el cliché de las dos Españas es patético ante un pueblo culto, soberano, hastiado de indicarles quienes son los buenos y los malos de la película, en vez de reconocer errores propios.
También te puede interesar
Notas al margen
David Fernández
El problema del PSOE-A no es el candidato, es el discurso
La esquina
José Aguilar
Un fiscal bajo sospecha
Las dos orillas
José Joaquín León
Mensajes de Navidad
Gafas de cerca
Tacho Rufino
Nuestro maravilloso Elon