Notas al margen
David Fernández
El problema del PSOE-A no es el candidato, es el discurso
Mirada alrededor
Cuesta trabajo pensar que Pedro Sánchez vaya a anunciar su dimisión de la presidencia del Gobierno, que ha sido su enfermiza obsesión y por la que tan alto precio ha pagado, como todo el mundo sabe, sobre todo, los socios independentistas o filoetarras que lo han mantenido en el poder, hasta ahora, incluyendo el chantaje, admitido, de Puigdemont. Son conscientes del chollo que representa tener en Madrid un presidente tan débil y fácil de comprar.
Los que hemos criticado la nefasta política sanchista, sus constantes mentiras y cambios de opinión, hemos censurado también la utilización de los familiares como una forma más de acoso político. Algo que, por cierto, no sólo han hecho la derecha o la extrema derecha, sino el propio Sánchez y su equipo ministerial. Él mismo ha pedido la dimisión de la presidenta madrileña Ayuso, por acostarse –según el ministro de transportes– con un individuo que defraudó a Hacienda antes de conocerla. Hasta la vicepresidenta Montero acusó a Feijóo de subvencionar a su esposa, utilizando la información de un periódico que el mismo medio desmintió después. Quiero decir que esta vergonzosa fórmula del ‘Y tú más…’ es deleznable, salvo que estén fundamentadas.
Lo que no puede hacer un presidente democrático es montar un show victimista para conseguir apoyos emocionales y unidad inquebrantable –como se decía en el franquismo– de su partido y seguidores. Esperemos que esas posibles concentraciones de apoyo no se celebren en la Plaza de Oriente. De toda formas, no parece suficiente ese recurso a lo emocional –es ridícula su proclama amorosa a su mujer-, cuando la censura a Sánchez hay que hacerla por su política en beneficio de delincuentes que lo apoyan –eliminando o admitiendo leyes que negaba hasta el último momento–, al margen de lo que haya hecho o no su esposa. Por cierto, la débil denuncia presentada por el sindicato ultra Manos Limpias, salió del mismo foro que acabó sentenciando a Urdangarin y sentando a la infanta Cristina en el banquillo, lo que pareció, entonces, muy normal y hasta fue aplaudida por el partido que hoy se rasga las vestiduras.
En cualquier caso hay que pensar si esta cómica escenificación de enfado y honor mancillado es sólo por defender a su mujer o hay elementos más graves que desconocemos. El lunes saldremos de dudas. Mientras tanto, don Pedro estará emulando al Hamlet de Shakespeare, ante una calavera –que a lo mejor se ha traído en su reciente visita al osario del Valle de los caídos– en su monólogo sobre el Ser o no ser, esa es la cuestión.
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