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David Fernández
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Viernes de Dolores. Granada reconstruye imágenes de pasillos y graderíos. Desaparecen maceteros en Ganivet. Las Pasiegas se llenan de sillas. Mi ciudad se viste de pasión, y de pasión queda cuando se arremolinan gentes y sentidos que confunden fervor con ganas de tomar el pulso a una Granada que todos los años dona este su marco incomparable.
En medio de algarabías, un año más me pregunto dónde quiebra el corazón, dónde sentirse devoto de una muchedumbre repleta de amor fraterno. Confieso que mi vida se condujo en estas fechas entre oficios, en jueves de silencios en una madrugada que acompañaba con oraciones un Jesús más abandonado que nunca, el Jesús cuya condición divina se despoja ante una sentencia y sentencia de muerte, ante una Pasión que ensombrecía y arrinconaba el atardecer de Viernes Santo, y entre ritos de fuego y agua de un sábado de Vigilia donde dar sentido y virtud a nuestra fe.
Tres credos a las tres en los Favores. Es cierto. No fui devoto de imagen alguna. Flores, velas, colores y saetas no ayudaron a descubrir una Cuaresma de calle cuyo procesionar era cruz de guía y amor ante un Dios depositario de sentidas reflexiones. Digamos que creí encontrarme en la espiritualidad de Teresa de Jesús, prescindiendo de la imagen cofrade de un Crucificado en la calle entre bullicios, Vía Crucis y Estaciones de Penitencia. Pero héte aquí que el paso del tiempo hace mella, te descubre tus propias injusticias, lo absurdo de cercar y cercenar los motivos que alimenta una Cruz donde nadie es distinto, donde nos encogemos ante el ejemplo de un Jesús solidario. Es en ese instante, detrás de cada paso, detrás de cada imagen que procesiona, detrás de cada mirada al cielo que emborrona entre lágrimas una emoción que te embarga, es ahí donde descubres motivos para creer en un Cristo cercano que transforma su dolor en salvación.
Y es en ese preciso instante donde miras los ojos de quien entre llagas deposita una vida cargada de ternura y una inmensa paz en tus manos. Y es en ese preciso instante, en ese mar inmenso de amor, entre sufrimiento y entrega, en la soledad de una Cruz de amor, misericordia y perdón, en la máxima respuesta de quien criticó un Dios siempre en silencio; es ahí, en calles, imágenes, templos, plazas, cuando descubro que, ante esa Semana Santa, también quiebra el corazón.
La Borriquilla, el Huerto, el rescate, los Dolores, la Esperanza, la Lanzada, la Cañilla, las Penas, los Estudiantes, el Rosario, los Gitanos, el Nazareno, la Concha, el Silencio, la Aurora, los Favores, Ferroviarios, Escolapios, Soledad, Santo Sepulcro, la Alhambra, los Facundillos, el Resucitado de Regina Mundi…. motivos para entender a un Dios que en calles de Granada procesiona llenando todos los rincones y procurando que nuestras vidas sean ejemplo de amor, justicia y paz.
Seguirán sin gustarme las procesiones. Sigo sin encontrarme entre bullicios. Pero le pongo cara, sentido y razón a la fe de cuantos descubren entre imágenes que su corazón quiebra ante un Dios misericordioso que siempre, en nuestras calles y en nuestras vidas, siempre nos acompaña.
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