La Rayuela
Lola Quero
Nadal ya no es de este tiempo
Rosa de los vientos
SEGURO que doña Bibiana ya ha puesto el grito en el cielo con la idea de la "miembra" de Servitaxi Begoña Torres y el miembro José Manuel Zamora que han decidido poner en funcionamiento en Barcelona una línea de taxis rosas, iniciativa que ya funciona en Londres o en México. Independientemente de que, desde un punto de vista empresarial, la idea me parezca verdaderamente desastrosa, porque para dos o tres mujeres que se decanten por tan absurdo servicio, la mayoría seguirá optando por el taxi unisex, el debate está en el comportamiento sexista que conlleva el que la línea rosa sólo atienda a clientela femenina.
Alegan los promotores que muchas mujeres se sienten "mas cómodas" si el taxista es una mujer, no sólo las mujeres mayores sino también las jovencitas que llaman a un taxi tras una jornada discotequera. Y tal cuestión podría encontrar comprensión en autobuses o vagones de metro de países con escaso grado de respeto hacia las mujeres, pero llevarlo a cabo en España y con taxistas sólo puede conducirnos a las siguientes conclusiones: Que hay un colectivo femenino enfermizo que ve en los taxistas masculinos a hombres potencialmente peligrosos sexualmente hablando, y el mismo hecho de plantearlo no me extraña que cause gran malestar en un gremio bien cansado de padecer inseguridad ciudadana, atracos y asesinatos.
Que los coches rosas o con el símbolo de la mujer (el círculo rematado con una cruz hacia abajo) como serán en Barcelona -porque el Instituto Metropolitano del Taxi de la Ciudad Condal no va a permitir que pinten de color chicle los tradicionales taxis amarillo y negro- no van a conseguir sino el fomento de una nueva lucha por la desigualdad no se sabe si surgida por la necesidad de encontrar nuevos mercados competitivos o por la verdadera convicción de que los hombres son un verdadero peligro y que mientras más lejos estén, mejor. No sé que se pensaría si se promoviesen taxis exclusivos para hombres.
Tras muchos años de hartazgo generalizado por tanta lucha feminista contra un hipotético sexismo en ámbitos tan absurdos como el del idioma -el castellano es muy respetuoso y no precisa de distorsión verbal alguna-, o el de la intimidad de pareja -el lugar de cada uno en ella depende del que se den los cónyuges-, ahora viene doña Begoña a resucitar los abominables símbolos que tanto irritan a la intelectualidad de la zeja. Cuestión seria y digna de lucha es la desigualdad de la mujer en el trabajo o en los roles sociales, bien distinta del absurdo de convertir al hombre en un cero a la izquierda, en desigual.
La igualdad de la mujer en las democracias modernas occidentales está tan naturalmente asumida por sus hombres y mujeres que desequilibrarla tanto hacia un lado de la balanza como hacia el otro es un verdadero desatino que no hace sino perjudicar a todo lo logrado.
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