La Rayuela
Lola Quero
Tierra de espías
La columna
TIENEN las tormentas en nuestro imaginario una inequívoca cualidad de extrañas latitudes que las ubica en lugares concretos pero siempre lejanos y casi irreales; las frías ventiscas antárticas del Cabo de Hornos por el sur, los húmedos huracanes tropicales del Caribe, el terrible mar de Terranova... Existen, sí, pero inmensamente lejos, más allá de Finisterre, ese rincón donde se acaba el mundo por el norte o de las columnas de Hércules, donde se acaba el mundo en el poniente o del cabo de Buena Esperanza por el sur que, más que un lugar, es un mito de distancia y lejanía. Más allá siempre del final del mundo, al menos, cuando el mundo era un lugar cercano y abarcable y su centro estaba en el Mediterráneo, el más antiguo mar que tiene ya ganado por eso y otras cosas, el apropiado privilegio de ser un mar, tranquilo, casi doméstico y casi de eterna calma chicha.
¿Quién pensaría en el Mediterráneo si tratara de imaginar una tormenta de terribles consecuencias? Un mar tan familiar y tan cercano donde lo más que se llega a levantar es la dulce brisa de la tarde o un suave rumor de espumas o de olas. Aunque lo cierto es que no siempre fue así y hubo días en que por él fluyeron los espolones fenicios desde Tiro a Gadir, las trirremes griegas y romanas, los galeones y los bergantines españoles y las galeras turcas y en sus aguas, durante siglos, se decidió el destino del mundo.
Y hubo también días en que la calma de ese mar templado, dejó paso a un levante embravecido, violento, incontrolable que hizo del cielo un negro decorado y del mar un tenebroso sepulcro de plomo y destrucción en el que los que pudieron, corrieron a buscar calas tranquilas a resguardo de los vendavales de la historia que traían, con el levante, dolor, pero también y al mismo tiempo, desde sus venturosas costas, casi todo lo bueno que tuvimos y aún tenemos: la civilización.
Por eso, ahora, cuando de nuevo empieza a levantar el viento en el oriente y, con él, la marea a arrastrar hacia el abismo decenios de olvido y de miseria y vuelve a soplar con fuerza en Egipto y en Túnez y en Argelia y en Yemen y quizás en Libia y hasta en Israel y hasta en el Mediterráneo entero, deberemos estar atentos al despertar de una esperanza, la de que el temporal de levante que se avecina consiga que esta tierra al norte o al poniente, pueda volver a ser un nuevo mundo más digno y más hermoso.
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