El lanzador de cuchillos
Martín Domingo
Superioridad femenina
Ayer hablé con mi hijo. Problemas con química, progresos en filosofía, desencuentros con matemáticas, la literatura... y sentí que aún había margen, que no todo estaba perdido.
Ayer hablé con mi hijo, y mientras me enredaba su ilusión de lo mucho que había aprendido, mientras explicaba el prodigio de sus avances, supe que alguien tenía el secreto de educar.
Ayer hablé con mi hijo, ilusionado, motivado, que cree en lo que hace, que madura y su madurez lo aleja de nosotros, que se escapa de las manos. Todo no puede ser bueno, y en el legítimo egoísmo de los padres, la madurez tiene una parte mala.
Ayer hablé con mi hijo y escuchando, sentí admiración por sus maestros. Maestros. Cuando la educación raya la excelencia, dejan de ser profesores y se transforman en maestros. Con ellos aprenden, se forman, se valoran como personas, sienten la seguridad de saber que en su vida todo va como quieren que vaya. Con ellos. Con sus maestros. Que, a pesar del esfuerzo, a pesar de tardes y tardes bajo el flexo, aprendieron a ser felices en su mundo aún en crecimiento.
Ayer hablé con mi hijo y sentí que es en ese grupo donde encuentran sus referencias. Sus maestros. No son compañeros. No son colegas. Son maestros. Sus maestros. La excelencia los condujo a ser maestros. Y ahora viven en la obligación de mejorarlo. Difícil, pero la experiencia con nuestros hijos nos hace confiar en ellos y su capacidad para enseñarles a crecer.
Ayer hablé con mi hijo. “Ojalá el año que viene me den clase los mismos, papá”. El mejor piropo sin duda. Su adolescencia no admite más.
“Enseñarás a volar. Pero no volarán tu vuelo. Enseñarás a soñar. Pero no soñarán tu sueño. Enseñarás a vivir. Pero no vivirán tu vida. Enseñarás a cantar. Pero no cantarán tu canción. Enseñarás a pensar. Pero no pensarán como tú. Pero sabrás que cada vez que vuelen, sueñen, vivan, canten, piensen, estará la semilla del camino enseñado y aprendido” (Madre Teresa de Calcuta).
Ayer hablé con mi hijo. Y pensé que aún hay quien cree que podemos dejar a nuestros hijos un bonito mundo. Y les doy las gracias por ello.
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