La Rayuela
Lola Quero
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La bitácora
UN buen amigo colombiano me ha hecho llegar estos días el Índice de Percepción de la Corrupción 2010 (www.transparency.org) que se ha hecho público recientemente. En él se pone una nota a cada país según la percepción que tienen sus habitantes del nivel de corrupción que les rodea. Por consiguiente, no se trata tanto de medir la corrupción real, como de calificar el grado en que esta es percibida por los ciudadanos. Lo que viene a querer decir que existe una relación inversa entre transparencia y corrupción, y que cuanto menos de lo primero perciben los ciudadanos, más de lo segundo surge por todas partes.
En el Índice casi tres cuartas partes de los 178 países analizados tienen una nota inferior a 5 en una escala de 0 a 10. A mí esto no me sorprende, aunque siempre espero que por una vez alguna noticia contradiga mis peores temores. España está en una indecorosa posición 30 con una nota de 6,1 por debajo de países como Francia (6,8), USA (7,1) o Inglaterra (7,6) y por encima de otros como Portugal (6), Taiwán (5,8) o Corea del Sur (5,4). En todo caso, muy alejada de Dinamarca, Nueva Zelanda, Singapur, Finlandia y Suecia, todos con una calificación de sobresaliente.
Los de siempre en cabeza. La persistencia de estos pequeños, democráticos y ricos países, apareciendo siempre en las primeras posiciones de los rankings mundiales, resulta irritante. A veces pienso si no habrá algo genético en sus habitantes que les hace ser siempre los primeros de la clase. Será envidia por mi parte.
De cualquier forma, los autores del informe ponen de manifiesto que los que bajan la nota respecto de la edición anterior son países con serios déficits de transparencia e integridad en sus gobiernos y que entre los que la suben no están precisamente los países más ricos, los de la OCDE. No parece servir de mucho el pedigrí económico o incluso democrático para asegurar que serás inmune a la corrupción. El mensaje parece ser claro, en todas partes del mundo la transparencia y la rendición de cuentas son esenciales para restaurar la confianza y hacer retroceder a la corrupción. Sin ellas las soluciones políticas a las crisis tanto si son globales como si no, serán ineficaces. La transparencia se revela hoy día como el único antídoto de amplio espectro contra la corrupción que se alimenta del poder. Más cuando vemos que los ciudadanos no se deciden a arrojar a los gobernantes de sus poltronas por el sólo hecho de ser corruptos. Es necesario que sean además incompetentes para que pierdan las elecciones. Los pícaros son bienvenidos siempre que no nos toquen el bolsillo a los votantes.
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